martes, 6 de octubre de 2009

¿«Dígalo bien» o «Dígalo como a mí me gusta»?


Silvia Senz (Addenda et Corrigenda)

Hace unos días, al hablar aquí sobre el español (o los españoles) de los libros que se publican en Estados Unidos, ya aludimos a la febril actividad que la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) despliega para enmendar la plana a los anglicados latinos del país.
[Sigue +/-]

Según hemos sabido por la Fundación del Español Urgente (Fundéu), la ubicua ANLE también participa desde hace poco en el informativo matutino Noticias Univision 41 Al Despertar con el microespacio «Dígalo bien», gracias al cual todos los miércoles los televidentes pueden desayunarse con dos consejos idiomáticos ofrecidos por el director de la institución, Gerardo Piña-Rosales, el secretario Jorge Ignacio Covarrubias, y el coordinador de Información, Daniel R. Fernández. Algunas de sus notas normativas pueden verse ya en la página del programa. De entre los cuatro avisos disponibles, seleccionamos el del doctor Piña-Rosales, dedicada al uso del verbo ignorar. Véanlo antes de seguir leyendo: No me hicieron caso

Nótese ahora lo que dice al respecto el Diccionario de la Real Academia Española (de referencia para todas las academias asociadas de la lengua española), ya desde el 2001:

ignorar.

(Del lat. ignorāre).

1. tr. No saber algo, o no tener noticia de ello.

2. tr. No hacer caso de algo o de alguien.

¡Que viva la norma panhispánica! Si ya lo vaticinó Juan Ramón Lodares (El porvenir del español, p. 100) al señalar las desventajas de un estándar pluricéntrico para el español: "El peligro general del pluricentrismo es fácil de entender: si todo vale, nada vale".

Es decir: si todos mandan, nadie manda. Bienvenidos al feudalismo normativo.

martes, 15 de septiembre de 2009

Puntuación



Hay variadas formas de puntuar un texto y muchas veces el uso de los signos de puntuación es arbitrario. En literatura hay obras que prescinden de la puntuación o apenas la usan. Así lo hicieron, por ejemplo, Gabriel García Márquez en El otoño del patriarca o José Saramago en Ensayo sobre la ceguera. Con estas libertades literarias, los escritores crean determinados efectos narrativos. Pero si lo que hacemos es periodismo, debemos ser muy precisos para evitar cualquier ambigüedad en nuestros textos y para ello es fundamental que estén correctamente puntuados, entre otras cosas.

Una mala puntuación dificulta la comunicación con el lector y genera, en algunos casos, una idea distinta de la que queremos transmitir. Por ejemplo, el simple cambio de una coma de un lugar a otro de una oración puede modificar el sentido del texto. Una cosa es “se busca empleado, inútil presentarse sin referencias” y otra muy distinta es “se busca empleado inútil, presentarse sin referencias”.

A continuación, reproduzco la parte medular de Los signos de puntuación, capítulo del libro Palabras más, palabras menos, escrito por las uruguayas María Cristina Dutto, Silvia Soler y Silvana Tanzi. En él, las autoras ofrecen un claro y breve resumen de las normas que rigen el uso del punto, la coma, los dos puntos, el punto y coma, los puntos suspensivos, los signos de interrogación y admiración, el paréntesis, las rayas, los guiones y las barras.

[+/-]

El punto

• El punto se emplea para indicar el final de una oración; señala que lo escrito antes es una unidad de sentido.

• Los títulos y subtítulos no llevan punto final (y solo la primera letra va con mayúscula, a menos que contengan nombres propios).

• No se pone punto tras los signos de interrogación y exclamación, tras los puntos suspensivos ni tras el punto de las abreviaturas.

La coma

Es el más problemático de los signos de puntuación debido a sus muchas funciones. Las comas pueden dividirse en dos grandes grupos:

1. Las comas que se utilizan solas. Su función es separar ideas y conceptos.

• En las enumeraciones o series de términos equivalentes:
Sus expresiones eran precisas, personales, cultas y chispeantes.

• Antes de las conjunciones que indican excepción o inclusión (excepto, salvo, menos, aun, incluso…):
Le encantaba caminar por la escollera a media mañana, incluso cuando llovía.

• Antes de las conjunciones que indican oposición o concesión (pero, mas, aunque, sino, si bien…), cuando coordinan oraciones:
Este pequeño cambio es positivo, pero parece insuficiente.

• Para marcar la omisión del verbo:
Los integrantes de la dirección ocuparon los primeros lugares; los
estudiantes, los últimos.

En el ejemplo anterior, la coma sustituye al verbo (ocuparon) a fin de evitar la repetición.

• Para separar lugar y fecha:
Montevideo, 9 de abril de 1988.

2. Las comas que se usan en pareja, cuya función es introducir incisos:

• Aposiciones y subordinadas:

La pobre niña, asustada, se escondió cuando lo vio entrar.
El padre, que empezaba a cansarse, nadaba con dificultad.

Para saber si las comas están correctamente usadas se puede quitar el inciso o cambiarlo de lugar, y comprobar si la oración principal no pierde sentido:

La pobre niña, asustada, se escondió cuando lo vio entrar.
Asustada, la pobre niña se escondió cuando lo vio entrar.

El padre, que empezaba a cansarse, nadaba con dificultad.
El padre nadaba con dificultad.

• Vocativos (1) y fórmulas de tratamiento:

Mire, señora, yo no soporto a los niños.
Lo llaman, don Pepe.

• Conectores o marcadores textuales: por ejemplo, sin embargo, no obstante, por lo tanto, al contrario, por último, en efecto, así pues, ahora bien, ante todo, en cambio, por otra parte, en primer lugar, finalmente, entre muchísimos otros.

Errores en el uso de la coma (2)

1. El más frecuente es la coma entre el sujeto y el verbo:

*La discusión de aquella tarde, degeneró en trifulca.
*La playa pequeña, era el mejor retiro de aquellas vacaciones.

En ninguno de los dos casos debe ponerse la coma antes del verbo. Sería correcta si estuviera abriendo un inciso:

La discusión de aquella tarde, la peor de aquel verano, degeneró en trifulca.
La playa pequeña, a la que iban selectos turistas, fue el mejor retiro de aquellas vacaciones.

2. En las series de ideas análogas aparece a veces una coma innecesaria antes de las conjunciones y, ni u o:

*Sirvieron asado, ensaladas, y postre.
*No sé si ir al cine, o quedarme leyendo.

3. En los incisos, es frecuente que una de las comas se coloque mal.

*La directiva del sindicato anunció, que a pesar de las negociaciones, continuará la huelga.
*El muchacho no sabía bien qué hacer, y por eso, se quedó allí parado.

En el primer ejemplo, la coma debe ir después de que; en el segundo, después de y.

4. También es común que se olvide una de ellas:

*La enseñanza de la literatura cae con frecuencia, en el saber erudito.

Con frecuencia, que es un inciso, podría ir entre comas o bien sin comas, pero no con una sola.

5. Nunca va coma antes de abrir paréntesis o rayas:

*Su equipo, —¡ya era hora!— había ganado el primer partido en el exterior.
*Ian Lancaster Fleming, (Londres 1905-1965) creó el personaje de James Bond.

La coma se coloca después de cerrar los paréntesis o rayas, pero solo si corresponde (es decir, cuando el enunciado lo requiere si se prescinde del inciso).

Su equipo —¡ya era hora!— había ganado el primer partido en el exterior.
Ian Lancaster Fleming, novelista inglés (1905-1965), creó el personaje de James Bond.

Los dos puntos

Hay tres funciones que pueden cumplir los dos puntos:

1. Introducir la transcripción o cita de lo dicho por otra persona.
En sus consejos a escritores, García Márquez advierte: «Cuando uno se aburre escribiendo, el lector se aburre leyendo».

2. Anunciar que tras ellos se nombran elementos implícitos en la primera frase.
Allí estaba toda la vida del campo: labradores, recolectores de frutas, cosechadores, hilanderas, sembradores…

3. Indicar que la segunda frase es una consecuencia de la primera (en este caso, los dos puntos equivalen a las conjunciones porque, ya que, puesto que, por cuanto, pues, etcétera):

El entrenador consultó el reloj: muy pronto sería hora de reunirse con su equipo.

El punto y coma

Tiene dos funciones básicas:

1. Separar oraciones cuyas ideas son muy próximas y que no están unidas por conjunción.

La propaganda se parece mucho a la publicidad; sin embargo, no tienen el mismo objetivo.

2. Sustituir a la coma cuando esta puede dar lugar a confusión. En el siguiente ejemplo, el punto y coma sirve para separar grupos de términos equivalentes.

Los preparativos del cumpleaños la dejaron agotada: fabricó los gorros, las piñatas y las sorpresitas; contrató un mago, un grupo de títeres y tres mozos; alquiló mesas, sillas y una carpa inflable para los más pequeños.

Los puntos suspensivos

Los puntos suspensivos (que son tres y van juntos) se utilizan para transmitir la sensación de duda, inseguridad o vacilación, sobre todo en los diálogos:

—Sí, lo respeto mucho, pero…

En una transcripción, indican que el hablante no terminó la frase:

También sería posible que el secretario… Que no se me malinterprete, por favor.

También pueden sustituir a la palabra etcétera:
Tuvo que cambiar de ciudad, de trabajo, de amistades…

Después de los puntos suspensivos pueden aparecer otros signos de puntuación —coma, punto y coma, dos puntos, cierre de interrogación o exclamación—, excepto el punto. Esa puntuación es la misma que correspondería si los puntos suspensivos no estuvieran.
Los puntos suspensivos entre corchetes o paréntesis rectos indican que se ha suprimido parte de un texto citado. En este caso se llaman puntos de elisión o puntos encorchetados.

La fachada […] recordaba a los palacios venecianos.

Signos de interrogación y exclamación

La función de estos signos se da por conocida. Sin embargo, al aplicarlos se pueden cometer algunos errores.

1. En español, los signos de interrogación y exclamación abren y cierran. Eso se debe a que las preguntas no se anuncian mediante el orden de las palabras. Es un error usar estos signos solo al final de la oración.

2. El signo de cierre se considera un punto, de modo que es incorrecto colocarle un punto inmediatamente después (*?. o *!.). Sí puede ir seguido de coma, punto y coma, dos puntos o puntos suspensivos.

En textos informativos o argumentativos se aconseja usar estos signos con moderación.

Paréntesis

Se utilizan principalmente para encerrar incisos que tienen poca relación con la oración principal: acotaciones, explicaciones, traducciones de términos extranjeros o poco conocidos, fechas, etcétera.

En las elecciones de 1988, el Partido Socialdemócrata (PSD) fue el más votado (29,8% de los votos).
El programa de educación mediante vouchers (bonos o cheques educativos) fue propuesto hace cinco décadas por Milton Friedman.

Cuando hay paréntesis dentro de paréntesis, los interiores se reemplazan por corchetes (al revés que en matemáticas):

Jacques Le Goff: Histoire et mémoire, París: Gallimard, 1975 (publicado en italiano como Fare Storia [Turín: Einaudi, 1981] y en español como Pensar la Historia [Barcelona: Altaya, 1991]).

Rayas, guiones y barras

Se distinguen tres clases de guiones:

1. Las rayas o guiones largos (—), que a su vez tienen dos funciones:
a) or¬ga¬nizar diálogos, marcando los cambios de hablante, y
b) encerrar incisos.

2. Los guiones medianos, también llamados menos o semirrayas (–), que pueden usarse en lugar de las rayas, sobre todo en prensa y en ediciones económicas. Su función específica es el signo matemático de la resta. (3)

3. Los guiones propiamente dichos (-), que se usan para cortar palabras al final de línea y en términos compuestos (económico-social), así como para establecer los extremos de un período (1914-1918, Montevideo-Pando).

Rayas

Una de sus funciones es encerrar incisos cuya relación con la oración principal es menor que la de los incisos encerrados por comas. Cumplen así una función parecida a la de los paréntesis.
Las rayas abren y cierran, aunque el inciso esté al final de la oración. Solo se omite la de cierre cuando coincide con un punto y aparte (fin de párrafo).
En los diálogos, las rayas indican el cambio de hablante y también se usan para incorporar las aclaraciones del narrador.

Ubicación

Cuando las rayas encierran un inciso, se colocan pegadas a este, con espacio antes de la raya de apertura y después de la de cierre.

A pie se dirigió a Edimburgo —un viaje de casi doscientos kilómetros— para unirse al regimiento en que había servido su padre.

Si coinciden con un signo de puntuación, este se coloca después de cerrar el inciso.

Regresó acompañado del hijo mayor —entonces de 17 años—, quien no se despegó de su lado.

Cuando indican un cambio de hablante en una entrevista o un diálogo, se colocan pegadas a la primera letra o signo. (4)

—Tendremos que asegurarnos de que nadie abra el pico.
—Sí, pero cómo.
—¿Conoces algún método mejor que una bala en la cabeza de cada testigo?

Si al transcribir un diálogo el autor intercala acotaciones o comentarios, estos se encierran entre rayas.

—Sí. Fue Andy Sullivan —dijo el que parecía ser el jefe.
—Es fácil echarle la culpa a un muerto —bromeó el viejo.

Guiones y barras

Es común confundir el uso de la barra (/) con el del guión (-), por influencia del inglés. En castellano la función es distinta y hasta opuesta.
El guión indica vinculación:

En cada consultorio funciona un programa materno-infantil.

A veces sustituye a la preposición a:

La Segunda Guerra Mundial (1939-1945)…
Este tema se trata en las páginas 179-192.

En cambio, la barra indica disyunción, alternativa o contraposición:

Se afirma que las neurosis/psicosis tienen su origen en la primera infancia.

No se usa guión después de la partícula ex (ex ministra, ex alumno) ni después de la negación no (pacto de no agresión; no injerencia en los asuntos internos). Tampoco se usa después de los prefijos —como anti-, auto-, bi-, bio-, contra-, (h)exa-, homo-, hetero-, infra-, inter-, intra-, mono-, multi-, neo-, pan-, penta-, pluri-, poli-, pos(t)-, pre-, pro-, semi-, (p)seudo-, (p)sico-, sub-, socio-, super-, supra-, tetra-, tra(n)s-, tri-, vice-, etcétera—, que simplemente se unen a la palabra siguiente:

antieconómico, infrahumano, pluripartidismo, sociocultural, vicepresidente.

Solo se usa el guión cuando al prefijo le sigue un nombre propio, una sigla o una cifra:

anti-Bush, pro-OSC, sub-23.

Notas

1. El vocativo es la interpelación directa al interlocutor o al destinatario del texto.

2. El asterisco (*) antepuesto indica que el ejemplo no es correcto.

3. La raya y el menos no se encuentran directamente en el teclado. En Word para PC, la raya se consigue presionando Ctrl + Alt + - (guión del teclado numérico) o Alt + 0151. El menos se obtiene presionando Ctrl + - (guión del teclado numérico) o Alt 0150.

4. Los ejemplos que siguen han sido tomados de Milton Fornaro: Si le digo le miento




jueves, 10 de septiembre de 2009

Queísmo y dequeísmo



Por Eduardo Kragelund

El uso incorrecto de la preposición "de" ante una proposición introducida por la conjunción "que", llamado dequeísmo, ha sido duramente combatido en la prensa de muchos países de habla castellana. Sin embargo, el exceso de celo ha hecho que algunos periodistas caigan en el queísmo, una ultracorrección que consiste en cometer el error contrario. Es decir, la omisión automática de la preposición "de" cada vez que precede a la conjunción “que”.

A continuación transcribo algunos ejemplos planteados en el Diccionario Clave sobre cuándo se produce dequeísmo y cómo se puede evitar el error.
[+/-]
- En oraciones subordinadas que funcionan como complemento directo:

Ejemplos:

Incorrecto: Aseguró de que iría
Correcto: Aseguró que iría.

- En oraciones subordinadas que funcionan como sujeto:

Ejemplos:

Incorrecto: Es fácil de que ocurra
Correcto: Es fácil que ocurra

- En oraciones subordinadas que funcionan como atributo:

Ejemplos:

Incorrecto: Lo grave era de que nadie lo sabía
Correcto: Lo grave era que nadie lo sabía.

- En casos en que es otra la preposición correcta:

Ejemplos:

Incorrecto: Quedamos de que iríamos.
Correcto: Quedamos en que iríamos.

Incorrecto: Coincidieron de que había que buscar una solución.
Correcto: Coincidieron en que había que buscar una solución.


Cómo se evita el error

Para saber si la preposición "de" es necesaria, se puede sustituir la oración subordinada por la palabra "eso". Si la preposición coincide con el sentido de la oración completa, significa que es necesaria.

Ejemplos:

Me acuerdo de que dijiste que no.
Me acuerdo de (eso).

Al reemplazar "que dijiste que no" por "eso", la preposición "de" mantiene el sentido original y por lo tanto es necesaria.

Recuerdo de que dijiste que no.
Recuerdo (eso).

Al reemplazar "que dijiste que no" por "eso", la preposición "de" no mantiene el sentido original y por lo tanto no es necesaria.


Otra fórmula para evitar el error

Otra fórmula para saber si debemos o no usar la preposición “de” consiste en convertir la frase en una interrogación. Si en esta se mantiene la preposición y la pregunta se corresponde con el sentido de la oración original, significa que es necesaria.

Ejemplos:

Me acuerdo de que dijiste que no.
¿De qué me acuerdo?
(La preposición se mantiene y por lo tanto es correcta)

Recuerdo de que dijiste que no.
¿Qué recuerdo?
(Aquí desaparece la preposición y por lo tanto es incorrecta)

martes, 1 de septiembre de 2009

El gerundio


Por Eduardo Kragelund

El gerundio, junto con el infinitivo y el participio, es una de las tres formas no personales que tienen los verbos. Su uso, por lo tanto, es tan lícito como el de cualquier otra forma verbal.
No obstante, a veces se abusa del gerundio o se usa mal, sobre todo en periodismo. “El abuso de él revela siempre pobreza de recursos y su uso en algunos casos es francamente incorrecto, dando lugar a ambigüedades”, advierte María Moliner en su Diccionario de uso del español. Por ejemplo, si decimos “vi a tu novia caminando con un amigo”, no se sabe quién caminaba con un amigo, la novia o la persona que te avisa que vio a tu novia.
Este uso incorrecto del gerundio se ha incrementado por la creciente influencia del inglés, idioma en el que esta forma verbal es mucho más habitual y se usa de manera diferente al castellano.
[+/-]

Definición

El gerundio expresa una acción en desarrollo –nunca una consecuencia– y por lo general tiene una función adverbial, que modifica el verbo. Es decir, se trata de un verbo subordinado a otro verbo principal, del que es complemento circunstancial de modo o expresa acción simultánea o anterior, nunca posterior.

Uso correcto
Es correcto usar el gerundio cuando expresa o es:

a) Una acción anterior o simultánea a la principal.

Ejemplos:
Se ahogó intentando salvar a su perro.
Paseando por el campo encontró a su hermano.

b) Un complemento circunstancial de modo, que describe cómo se realizó la acción.

Ejemplos:
Lo hizo dando lo mejor de sí mismo.
Hablaba gritando.
Salió dando un portazo.


c) Parte de una oración exclamativa, del lenguaje coloquial o en la que no hay verbo principal al que se pueda referir el gerundio, como se suele usar en los epígrafes de las fotos.

Ejemplos:
¡Emborrachándose otra vez!
–¿Qué hacés? –Ya ves, aquí, pasando el rato.
Maradona haciendo el mejor gol de la historia del fútbol.


Uso incorrecto
Es incorrecto usar el gerundio cuando:

a) Significa algo que sucede con posterioridad o una consecuencia, llamado gerundio de posterioridad (entre paréntesis la forma correcta).

Ejemplos:
Se tiró por la ventana, hiriéndose de gravedad.
(Se tiró por la ventana y se hirió de gravedad).

El agresor huyó, siendo detenido horas después.
(El agresor huyó y fue detenido horas después).

El ministro voló a París, asistiendo a una reunión de la OTAN.
(El ministro voló a París, donde asistió a una reunión de la OTAN).

El presidente viajó a Washington, muriendo en el camino.
(El presidente viajó a Washington y murió en el camino).

El avión se desplomó, muriendo todos sus ocupantes.
(El avión se desplomó y murieron todos sus ocupantes).

b) Intenta adquirir valor adjetivo y modificar a un sustantivo. Es decir, cuando el gerundio es usado como:

- Adjetivo especificativo, para enumerar o precisar el contenido de algo.

Ejemplos:
La policía localizó un paquete, conteniendo drogas.
(La policía localizó un paquete que contenía drogas).

Las bolsas conteniendo cocaína estaban en la casa.
(Las bolsas que contenían cocaína estaban en la casa).

Se busca secretaria sabiendo inglés.
(Se busca secretaria que sepa inglés).

- El llamado gerundio de boletín oficial.

Ejemplos:

El congreso sancionó una ley, disponiendo…
(El congreso sancionó una ley y dispuso…; el congreso sancionó una ley que dispone…).

El gobierno decretó el estado de sitio, ordenando…
(El gobierno decretó el estado de sitio, con el que ordenó…; El gobierno decretó el estado de sitio y ordenó).

El decreto nombrando gobernador a Fulano…
(El decreto que nombra gobernador a Fulano…)

c) Suplanta a un sustantivo por influencia del inglés.

Ejemplos:

Escribiendo un editorial [Writing an editorial note]
(Escribir un editorial; la escritura de un editorial).

Planeando una reunión [Planning a meeting]
(Planificación de una reunión).

En estos casos, a veces se puede usar el infinitivo, que sí puede desempeñar función de sustantivo en castellano.

Excepciones
La Real Academia Española sólo admite dos gerundios que pueden funcionar como adjetivos (hirviendo y ardiendo) cuando se omite el verbo estar.

Ejemplos: Se quemó con agua (que estaba) hirviendo.

Echó el cadáver en un horno (que estaba)
ardiendo.

Corrección: Dr. Gustavo Silva

martes, 18 de agosto de 2009

¿Va con tilde?


Por Eduardo Kragelund

Los periodistas vivimos peleando con el tiempo. Y justamente cuando el tiempo se nos viene encima, cuando estamos al borde de un cierre o el jefe nos mira de reojo preguntando cuándo vas a terminar el artículo que estás escribiendo, se nos forma una laguna y aparece una típica duda: ¿lleva o no lleva tilde?
Pero si exceptuamos la acentuación de los diptongos, triptongos y hiatos, que son más complejos y los trataré por separado, las reglas para saber si una palabra debe ir o no con tilde se pueden resumir en unos cuantos puntos que resultan fáciles de recordar.
[+/-]

Generalidades
Las palabras se clasifican en cuatro grupos principales, según su pronunciación:
Agudas: cuando el acento fonético recae en la última sílaba (a-yer, ha-blar, Ma-drid).
Graves (también llamadas llanas): cuando el acento fonético recae en la penúltima sílaba (a-cen-to, fo-ro, a-mi-go, sies-ta, za-pa-to, ca-rro).
Esdrújulas: cuando el acento fonético recae en la antepenúltima sílaba (plá-ta-no, a--ri-ca, es--pi-do...).
Sobreesdrújulas: cuando el acento fonético recae en sílabas anteriores a la antepenúltima (ra-pi--si-ma-men-te).

Reglas básicas
Agudas: llevan acento ortográfico o tilde las que terminan en -n, -s o vocal (pa-pá, ma-ní, le-ón, A-ra-gón, Pa-rís, pero no: ayer, caracol).
Excepción: no llevan tilde cuando terminan en -s precedida por otra consonante (robots, tic-tacs, Orleans).

Graves: llevan tilde las que no terminan en -n, -s o vocal (tré-bol, már-mol, ár-bol, án-gel, pero no: casco, tipo, sangre, menos).
Excepción: llevan tilde cuando termina en -s precedida por una consonante (bíceps, fórceps, cómics).

Esdrújulas y sobreesdrújulas: todas llevan tilde.
Ejemplo: plá-ta-no, A-mé-ri-ca, es-tú-pi-do, mur-cié-la-go, re-pí-te-me-lo, có-man-selas, de-mu-és-tra-me-lo, cár-ga-me-lo.

Singular y plural: llevan el acento fonético en la misma sílaba (crimen, crímenes; nación, naciones). Sólo hay dos excepciones a esta regla: carácter, caracteres y régimen, regímenes.

Mayúsculas: van con tilde si así lo exigen las reglas de acentuación (Álvaro, Ébano, África).

Monosílabos
Son las palabras de una sola sílaba que contienen una vocal o un grupo de vocales que forman diptongo o triptongo. Ejemplo: huir, liar, Luis, pie, fue, guion, fiais. Los monosílabos no se acentúan, salvo los que llevan tilde diacrítica.

Tilde diacrítica
Algunas palabras pueden llevar o no tilde dependiendo de su significado. Por eso, este uso de la tilde se denomina diacrítico. Se enumeran a continuación los más importantes:

Aún: Lleva tilde cuando puede sustituirse por todavía (Aún la espera, este modelo tiene aún más potencia). No lleva tilde cuando se utiliza con el mismo significado de hasta, también, incluso (Aprobaron todos, aun los que no estudiaron nunca, puedes quejarte y aun negarte a venir, aun así, aun cuando quiera).

Qué, quién, cuál, cuyo, dónde, cuándo, cómo: Se tildan cuando cumplen una función interrogativa o exclamativa.

Este, ese, aquel y sus femeninos y plurales: los pronombres demostrativos están eximidos de la acentuación ortográfica.

Tú, él, mí: llevan tilde cuando son pronombres personales. No llevan tilde cuando cumplen la función de artículo (el caballo) o de adjetivos posesivos (tu auto, mi sombrero).

Sólo: Podrá llevar tilde cuando cumpla una función adverbial. Es decir, cuando pueda sustituirse por solamente (Sólo tengo dos manos, me propongo sólo estudiar, estoy solo, me gusta el café solo).

Dé: Se tilda cuando es una forma del verbo dar (Dé tiempo a que termine). No se tilda cuando es una preposición (el libro de clase).

Más: Lleva tilde cuando es adverbio de cantidad, adjetivo o pronombre (Tu coche es más rápido que el mío, poneme más azúcar, no quiero más). No lleva tilde cuando se trata de una conjunción adversativa (Fue hasta la casa, mas no se fijó si estaba ocupada).

Sé: Se tilda cuando es una forma del verbo saber (Sé bueno). No lleva tilde cuando actúa como pronombre (se vieron en la esquina).

Sí: Lleva tilde cuando es adverbio de afirmación (Sí, estoy preparado). No lleva tilde cuando es una conjunción (Decime si es verdad).

Té: Se tilda cuando se refiere a la infusión. No se tilda cuando es pronombre personal (Te llamo cuando llego).

Palabras compuestas
- Cuando una palabra pasa a formar parte de forma parte de otra, pierde el acento que le correspondía como palabra individual. Ejemplos: río, rioplatense; décimo, decimoséptimo; así, asimismo.

- Sin embargo, en las palabras compuestas unidas por guiones, cada elemento conservará su pronunciación y acentuación: hispano-soviético, crítico-biográfico.

- Los adverbios terminados en -mente se exceptúan de la regla anterior: llevan acento cuando lo lleva el adjetivo simple. Ejemplos: ágil, ágilmente; cortés, cortésmente.

Nota: las reglas de acentuación de diptongos, triptongos y hiatos se explican aparte
Fuentes: El castellano, Guía Ortográfica de la Universidad Autónoma de México, Wikilengua, Diccionario panhispánico de dudas.
Corrección: Dr. Gustavo Silva

Porque, porqué, por que y por qué


Por Eduardo Kragelund

Cada día, en cada diario de habla castellana, encontramos metidas de patas relacionadas con estas palabras. Sin embargo, hay normas básicas, fáciles de recordar, que pueden ayudarnos.
A continuación, definiciones simplificadas de cada palabra y ejemplos de uso.

Porque es una conjunción que permite enlazar una oración principal con otra subordinada que explica la primera (Decidí venir porque me lo pediste).

Porqué es un sustantivo que significa causa, motivo o razón (Comprendo el porqué de tu actitud).

Por que es una secuencia formada por la preposición por y el pronombre relativo que. Sustituye a “por el/la cual” (La razón por que fue condenado está clara). A menudo acompaña el verbo velar (El presidente debe velar por que se cumpla la Constitución).

Por qué es una secuencia formada por la preposición por y el pronombre interrogativo qué. Se usa en oraciones interrogativas directas (¿Por qué estás enojado?) o interrogativas indirectas (Me gustaría saber por qué está enojado).

miércoles, 5 de agosto de 2009

¡A las barricadas!


Por Luis Carlos Salgado Díaz *

¡Compatriotas hispanohablantes. El castellano os necesita. El enemigo sajón nos invade y ha llegado la hora de luchar y defendernos! ¡Hermanos de América y España. Demostremos que somos dignos herederos del Cid y de Bolívar! ¡Hagamos frente al invasor! ¡A las barricadas, a las barricadas!
[+/-]
Bueno, tranquilos, no me he vuelto loco. Aunque no sé si seré de los pocos, la verdad, porque la soflama bélica con la que he comenzado estas líneas se queda en agua de borrajas comparada con el vocabulario que se está utilizando últimamente a la hora de afrontar el problema de los anglicismos. Y créanme, no les exagero: hace poco más de dos meses las Academias Hispanoamericanas acordaron formar un «frente común» contra el «acoso» al que nos está sometiendo el inglés. Pero no un frente común cualquiera, sino uno que actuará «como una fuerza de choque» y que será «muy beligerante» en la «defensa del idioma».

Esta actitud victimista, pesimista o derrotista —llámenla como quieran— no responde en absoluto a la realidad del idioma, que ha demostrado a lo largo de sus diez siglos de existencia que sabe defenderse solito de la influencia de otras lenguas. Yo confío plenamente en la fortaleza del castellano, principalmente ahora que estamos empezando a aceptar que el español es de todos —y no sólo de los españoles—, que se habla igual de bien -o igual de mal- en todos los países hispanos y que la responsabilidad de utilizar el idioma con gusto, estilo y corrección es tarea común. Esto es lo realmente importante, que la gente sepa que la responsabilidad idiomática es suya.

Sin embargo, lo que me parece bien es la propuesta de las Academias Hispanoamericanas de crear un Diccionario Normativo de Dudas para que podamos tener siempre a mano la traducción en español de los numerosos términos que está creando el inglés en casi todos los campos de la ciencia. Porque no hay duda de que para evitar préstamos de otros idiomas lo mejor que podemos hacer es crear nosotros las palabras. Y aquí radica uno de nuestros grandes problemas, porque desgraciadamente la creación científica -y especialmente en el terreno informático- es uno de nuestros puntos flacos.

El otro es la pedantería y el esnobismo, que por cierto procede del inglés snob, y que significa utilizar palabras y expresiones de otros idiomas a los que se considera más prestigiosos. Así, por esnobismo o por pedantería, solemos decir bacon (léase beicon) por panceta, self service por autoservicio, match ball por pelota de partido, play off por eliminatoria, holding por grupo empresarial, overbooking por sobreventa —o por mala leche, depende de si le toca a uno o no—, tie break por desempate, airbag por protector de aire, o bolsa de aire. En fin, la lista es interminable, todo lo que suena a inglés está de moda. Y la culpa no es de los yanquis o de los pérfidos albiones, la culpa es básicamente nuestra. Especialmente de los medios de comunicación, un territorio salvaje donde cualquier anglicismo es siempre bienvenido, sobre todo si es innecesario y se refiere al mundo del deporte. Y, asómbrense, esto es todavía más común en España que en América. La cuna del idioma va a acabar siendo the cradle of the language.

Ahora se ha puesto muy de moda entre los comentaristas deportivos españoles utilizar la expresión hat trick cuando un futbolista consigue tres goles. Es una voz inglesa que literalmente significa el «truco del sombrero». Viene de una antigua tradición británica por la cual al que destacaba en alguna competición festiva le regalaban un sombrero (antiguamente una prenda de prestigio). De ahí pasó al cricket —un deporte parecido al béisbol donde el que realizaba tres anotaciones con bolas sucesivas conseguía un hat trick— y del cricket al fútbol. En una ocasión le pregunté a un grupo de periodistas qué significaba la dichosa frasecita que repetían constantemente. Nadie supo contestarme salvo lo ya sabido: que era meter tres goles. Uno de ellos me dijo que venía de had three, esto es: «tenía tres» en inglés, quizás imbuido por la semejanza fonética entre hat (sombrero) y had (tenía), y entre three (que suena zree) y trick. Otro, que sabía un poco más de inglés, me explicó que era «sacar un conejo de la chistera», de ahí lo del «truco del sombrero». Una explicación genial, pero inventada. Lo cierto es que ninguno de ellos sabía en realidad de lo que estaba hablando. Y este es el problema: que a menudo en televisión se habla de lo que no se sabe. Basta con que la palabra sea inglesa para que sea utilizada sin más miramientos.

Pero no pretendo ser excesivamente crítico. Creo que es un acierto denominar de una manera especial un lance tan singular en fútbol como es conseguir tres goles. Especialmente en esta época de sequía goleadora. Lo que no me parece bien es utilizar una expresión inglesa que no significa nada para ninguno de nosotros. Sin embargo, lejos de meterme en las trincheras y calar la bayoneta contra este barbarismo, yo veo más acertado pasar a la ofensiva y buscar alguna palabra española que se ajuste a la situación que queremos describir. Dicen que la mejor defensa es un buen ataque, y así voy a proponer algunas opciones a ver qué les parecen a ustedes.

El mejor ejemplo que se me ocurre es «tricornio» por eso de que engloba el concepto de sombrero con el de tres. Lo malo es que no sé si quedará bien. Imagínense: «Tercer gol para Raúl que consigue un tricornio». No sé, no sé... quizás no sea lo más adecuado. Y no lo digo sólo por los tres cuernos... Otra posibilidad es utilizar la palabra «tresbolillo», como ya sabrán una difícil manera de hilar los tejidos. Pero tampoco me acaba de convencer: «Tresbolillo para Raúl que esta noche está inspirado». ¿A ustedes qué les parece? Una que a mí me gusta mucho es «triquitraque», que suena a tres por eso de «tri» y que además tiene que ver con quemar las redes rivales: «Triquitraque para Tsartas...» Otra posibilidad puede ser «trestanto» que significa exactamente eso, tres tantos: «Rivaldo consigue su cuarto trestanto de la temporada». A mí me gusta, la verdad. Aunque quizás lo mejor sea utilizar el simple y contundente «triple», que además, es lo que es y no otra cosa. O crear la innovadora —no figura en el diccionario— «triplete», en clara analogía al ya existente «doblete». Pero me temo que palabra tan castellana y tan simple jamás será aceptada por nuestros comentaristas deportivos a quienes les gusta todo lo contrario a la simpleza.

En fin, de lo que no tengo duda es de que los hablantes suelen ser más sensatos que la mayoría de los periodistas cuando de aceptar anglicismos se trata, y por eso yo soy francamente optimista sobre el futuro del español y las influencias que recibe del inglés. Recuerdo que hace algunos años, un programa de televisión realizó un concurso entre sus espectadores en el que todos podían proponer palabras para decir en español el anglicismo zapping, esto es, cambiar de canal. La palabra ganadora fue «zapear», verbo que también admitía el sustantivo «zapeador» para referirse al mando a distancia. El telespectador que propuso la palabra la hacía derivar de la interjección ¡zape!: echar al gato. Fue un digno ganador. Pero la mejor de las propuestas fue una que, aunque no resultó vencedora, recibió una mención especial por su originalidad. La palabra en cuestión era el verbo «tequiyar». Su autor lo hacía derivar de la expresión castiza y andaluza ¡Te quieres ir ya!, que se suele contraer en ¡tequieriyá! y de ahí «tequiyar». Les confieso que la adopté desde el primer momento y todavía hoy, cuando estoy en casa y oigo a algún locutor deportivo decir que fulanito o menganito ha conseguido un hat trick lejos de mosquearme y parapetarme en la barricada, lo primero que hago es agarrar el zapeador y decir: «¡Ea, tequieriya!»

* Este artículo fue publicado el 15 de mayo del 2000 en el Diario de Andalucía (Sevilla), pero su vigencia es indiscutible.

jueves, 30 de julio de 2009

La lengua machista, según Mafalda




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Zorro = Héroe justiciero
Zorra = Pu-ta

Perro = Mejor amigo del hombre
Perra = Pu-ta

Aventurero = Osado, valiente, arriesgado.
Aventurera = Pu-ta

Cualquier = Fulano, Mengano, Zutano
Cualquiera = Pu-ta

Callejero = De la calle, urbano.
Callejera = Pu-ta

Hombrezuelo = Hombrecillo, mínimo, pequeño
Mujerzuela = Pu-ta

Hombre público = Personaje prominente. Funcionario público.
Mujer pública = Pu-ta

Hombre de la vida = Hombre de gran experiencia.
Mujer de la vida = Pu-ta

Puto = Homosexual
Puta = Puta

Héroe = Ídolo.
Heroína = Droga

Atrevido = Osado, valiente.
Atrevida = Insolente, mal educada.

Soltero = Codiciado, inteligente, hábil.
Soltera = Quedada, lenta, ya se le fue el tren.

Dios = Creador del universo y cuya divinidad se transmitió a su Hijo varón por línea paterna.
Diosa = Ser mitológico de culturas supersticiosas, obsoletas y olvidadas.

Suegro = Padre político.
Suegra = Bruja, metiche, etc.

Machista = Hombre macho.
Feminista = Lesbiana.

Don Juan = Hombre en todo su sentido.
Doña Juana = La mujer de la limpieza.


lunes, 27 de julio de 2009

La Academia Española ante el poder de los hablantes


Por Manuel Seco (extracto publicado en La página del idioma español)

Para el hablante español medio, la autoridad máxima, algo así como el tribunal supremo del idioma, es la Real Academia Española. Esta institución oficial nació, en 1713, con un carácter exclusivamente técnico (diferente del de hoy, que es en gran parte honorífico) y con una finalidad muy definida, que está de manifiesto en su lema: Limpia, fija y da esplendor.
[+/-]
Es decir, su misión era, basándose en el uso de los mejores escritores, establecer una forma precisa y bella de la lengua, exenta de impurezas y elementos superfluos. Con tal objetivo, compuso la Academia su célebre Diccionario en seis volúmenes llamado "de Autoridades" (1726-1739), y más tarde su Ortografía (1741) y su Gramática (1771). La autoridad que desde un principio se atribuyó oficialmente a la Academia en materia de lengua, unida a la alta calidad de la primera de sus obras, hizo que se implantase en muchos hablantes -españoles y americanos-, hasta hoy, la idea de que la Academia "dictamina" lo que debe y lo que no debe decirse. Incluso entre personas cultas es frecuente oír que tal o cual palabra "no está admitida" por la Academia y que por lo tanto "no es correcta" o "no existe".

En esta actitud respecto a la Academia hay un error fundamental, el de considerar que alguien -sea una persona o una corporación- tiene autoridad para legislar sobre la lengua. La lengua es de la comunidad que la habla, y es lo que esta comunidad acepta lo que de verdad "existe", y es lo que el uso da por bueno lo único que en definitiva "es correcto".

La propia Academia, cuando quiso imponer una determinada forma de lengua, no lo hizo a su capricho, sino presentando el uso de los buenos escritores. La validez de un diccionario o de una gramática en cuanto autoridades depende exclusivamente de la fidelidad con que se ajusten a la realidad de la lengua culta común; ninguna de tales obras ha de decirnos cómo debe ser la lengua, sino cómo es, y por tanto su finalidad es puramente informativa. Se puede buscar en ellas orientación, no preceptos.

La actitud de reverencia ciega a la Academia, unida a la adhesión literal a uno de los principios de fundación de ésta, da lugar a la posición purista, que rechaza cualquier palabra nueva por ser extranjera o simplemente por ser nueva. El punto de partida de esta postura es el de suponer que una lengua es una realidad fija, inmutable, perfecta; ignorando que tiene que cambiar al paso que cambia la sociedad que la habla, y que, al ser un instrumento al servicio de los hablantes, éstos la van adaptando siempre a la medida de sus necesidades.

Pero no debe confundirse el purismo, tradicionalista y cerrado, desdeñable por absurdo, con una conciencia lingüística en los hablantes -realista y crítica a la vez- que con sentido práctico sepa preferir, entre las varias formas nuevas que en cada momento se insinúan, las más adecuadas a los moldes del idioma, y que, reconociendo la necesidad de adoptar extranjerismos, sepa acomodarlos a estos mismos moldes. El desarrollo de tal conciencia lingüística sería uno de los mejores logros de una buena enseñanza de la lengua.

Si la lengua es de todos; si nadie, ni Academia ni gramáticos, la gobiernan ¿cómo se mantiene su unidad? Ya hemos dicho que el instinto general de conservar el medio de comunicación con los demás, necesidad de toda sociedad, es lo que frena y contrarresta la tendencia natural a la diversidad en el hablar. Este instinto es el que establece las normas que rigen en cada comunidad.

Aunque es indudable la existencia de una norma en la lengua, también es innegable que no existe "una" norma. La supernorma, la norma general, es, desde luego, la lengua culta escrita, que presenta una clara uniformidad básica en todo el mundo hispanohablante; pero el uso cotidiano se fragmenta en normas menores, variables según la geografía y según los niveles, que, sin romper la unidad general del idioma,, ofrecen a menudo matices muy peculiares. A esta variedad de normas, y no sólo a una dogmática norma unitaria, debe atender una enseñanza realista de la lengua, en beneficio de los hablantes y de la propia lengua.

domingo, 19 de julio de 2009

América, Andalucía y los dos bandos de la lengua

Luis Carlos Díaz Salgado, linguista

América se está cobrando la deuda que la lengua española tiene con Andalucía. El impulso que los millones de hispanohablantes americanos han proporcionado al castellano es tal que incluso los lingüistas más conservadores están comenzando a aceptar que Castilla, la cuna del idioma, ya no es el centro del idioma. Como si de un Bolívar reencarnado se tratara, el español de América va camino de liberar a la lengua común de la opresión sufrida durante siglos. Una opresión fomentada y mantenida por aquellos para los que sólo había un español correcto: el de Castilla. Necios. Se creían lingüistas y no eran más que censores. Pero han hecho mucho daño. Han confundido, marginado, maltratado y deformado la conciencia lingüística de la gente basándose en conceptos que nada tenían que ver con la lingüística, sino con el poder. ¿Cómo entender si no que lo que se consideraba correcto no tuviera nada que ver con lo que era normal? Ha habido muchos Torquemadas de la lengua. Sin embargo, la importancia cada vez más evidente del español americano está empezando a cambiar las cosas.
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Me imagino que para muchos debe de ser difícil de entender que el seseo haya sido considerado en España un vulgarismo, que vulgar haya sido aspirar las s y pronunciar las j de manera suave, que vulgares han sido tantos otros rasgos fonéticos y léxicos que compartimos andaluces, canarios y americanos. Es difícil de entender, pero esta ha sido la realidad vivida durante cinco siglos. Ya en 1492 cuando Nebrija, sevillano, publicó la primera Gramática de la Lengua Castellana, Juan de Valdés, defensor de la norma toledana, consideró poco menos que ofensivo que un andaluz, «con su manera viciada de hablar» osara emprender tan ardua y digna tarea. Magnífico escritor Valdés, pero pésimo lingüista. Y grosero. Hay más casos: Manuel Alvar, en su Manual de dialectología hispánica, recoge el siguiente comentario que hace Amado Alonso en su obra De la pronunciación medieval a la moderna en español:

El idioma que llevan los españoles por Europa en su nuevo papel de hegemonía es el español que, teniendo por base el hablar toledano, se impone sobre todas las variedades regionales para ser el idioma de todos los españoles.

Pero lo que no dice Alonso es que el español que emigra a América no es el de Toledo precisamente, sino el de Sevilla. Un desliz imperialista. Lo siento por él, pero nada queda de aquel español en Flandes, mientras que en América está hoy la base del idioma. Andaluces y americanos tenemos mucho en común, y no hablo sólo de los antepasados. La influencia lingüística andaluza en América es evidente, sobre todo la que vino del antiguo Reino de Sevilla, esto es Huelva, Cádiz y Sevilla. En los primeros años de la conquista el número de andaluces, sobre todo sevillanos —y especialmente sevillanas— que emigran dobla al de cualquier otra región de España. Es cierto que después llegaron al nuevo continente muchos vascos, extremeños, catalanes y castellanos. Pero la base idiomática, sobre todo en cuanto a pronunciación, ya estaba asentada. Venezuela se llamó Nueva Andalucía y, todavía hoy, sihuiya es sinónimo de español en caribe. Que muchos lingüistas españoles hayan llegado a poner en duda la conexión entre Andalucía y América demuestra hasta qué punto el partidismo ha campado a sus anchas en la lingüística peninsular.

Muchos son los rasgos que compartimos andaluces y americanos. No todos, evidentemente. Espero poder hablar de ellos en posteriores artículos, pero hay uno que llama poderosamente la atención. Tanto en Andalucía como en América se considera que el español de más prestigio, el de más alto nivel, sigue siendo el español de Castilla. No podía ser de otra manera. Y hay razones que lo justifican. El castellano, allá por el siglo X, se impuso en la Península a otros dialectos del latín como el astur-leonés o el mozárabe. Más tarde, en el siglo XIII, Andalucía occidental es reconquistada a los moros y posteriormente repoblada con extremeños, leoneses y castellanos. Los nuevos colonos traen consigo su nueva lengua. Y así, lo que hablamos hoy en Andalucía y América no es pues, estrictamente, un dialecto del latín, sino un dialecto del castellano. Este matiz es importante. Pero, y puesto que la mayoría de los hablantes de español creemos que el prestigio de la lengua reside en Castilla, Castilla tiene la obligación de ser ecuánime. Y durante mucho tiempo no lo ha sido. Todo lo que se alejaba de la norma toledana era inmediatamente tachado de vulgar, de barriobajero, de chabacano. El padre, por decirlo metafóricamente, se avergonzó del acento de su hijo. Y tras la vergüenza vino el maltrato y la marginación. Todavía hoy en día hablar con acento andaluz en España es sinónimo de mal hablar.

Las autoridades lingüísticas españolas, con la Real Academia a la cabeza, tienen una deuda con los hablantes. No me extraña que Roberto Hernández Montoya en su artículo La Real Academia tiene mala ortografía se sienta ninguneado, zurdo, andaluz, indiano... cuando comprueba cómo la Real mantiene su postura acientífica a la hora de describir los sonidos de la lengua. Según la Real, el sonido de la ll es lateral, ...aunque casi nadie la pronuncie así. Argumentos de este tipo han sido los que han provocado que la gente no sepa bien a qué atenerse. Si quienes tienen que describir la lengua no lo hacen, ¿para qué sirven entonces?

Decía al principio que América se está cobrando la deuda que el español tiene con Andalucía. Pero no entiendan que hablo de venganza. En esto de la lengua, si hay bandos, no son el americano y el español, o el andaluz y el castellano, sino el de los que pretenden que el idioma sea un ente inamovible y los que entendemos que para mantener la unidad hay que conservar la diversidad. Conservarla y respetarla. Y difundirla. El vigor y la variedad del español americano han hecho posible, están haciendo, que algo comience a cambiar. Pero aún queda mucho por hacer. Y un buen campo para empezar son los medios de comunicación. Unos medios que han servido tradicionalmente en España para discriminar a los hablantes. Todavía hoy en el Libro de estilo de TVE, la emisora pública de España, se dice cuando se hace referencia al seseo: «Sólo se utiliza en Andalucía, Canarias e Hispanoamérica». ¡Sólo! ¿Será posible tamaño despropósito? Es como si dijésemos que sólo el 90 por ciento de los surafricanos son negros. Un dislate, vamos. Hay más ejemplos. En el Libro de estilo de Telemadrid, la televisión pública de la capital de España se dice lo siguiente también con respecto al seseo: «Su uso se produce por incuria o incumplimiento». Incuria, por si desconocen el término, significa dejadez. En otras palabras que la amplísima mayoría de hablantes de español somos, sois, unos vagos redomados. Estupidez semejante no tendría mayor importancia si no fuera porque usualmente los libros de estilo están revisados por reputados lingüistas para los que este tipo de afirmaciones son simples pecadillos sin mayor importancia. Esta es la discriminación, soterrada en ocasiones, que hemos venido padeciendo en mi país, España. Todavía hoy no hay un solo presentador de noticias que sesee. No me extraña. A nadie le gusta perder su trabajo.

Si como parece el futuro del español está en América, hay que analizar con cuidado lo que sucede en América. Ahora parece que se pretende crear un español neutro que sea utilizado en los medios de comunicación. ¡Qué barbarie! Yo prefiero escuchar a cada uno con su acento. Al cubano con su acento de Cuba, al venezolano con su acento de Venezuela, y al español con su acento español, sea sevillano o salmantino. El peligro, si es que lo hay, no es que el idioma se disgregue —como tanto insiste la Real— sino que, como en España durante tantos siglos, las naciones y los hablantes de América no quieran escucharse unos a otros. Que a cada nación le repela el acento de la nación vecina. Que el acento de cada uno sea motivo para que sea rechazado. España está aprendiendo de América. Esperemos que América no cometa el mismo error que cometimos los españoles.

sábado, 11 de julio de 2009

Agencia Reuters pone en la web su manual de periodismo

Del blog Periodismo en las Américas

El manual, que rige a todos los periodistas de Reuters no había estado disponible en forma gratuita al público hasta ahora, pero la compañía británica decidió ofrecerlo como un servicio y de paso ser más transparentes con la audiencia. En la era del periodismo ciudadano, el manual es "un buen punto de partida para los que están emergiendo como reporteros", dice Dean Wright, editor mundial de Innovación y Estándares de Noticias de la agencia.

El manual, en inglés, contiene secciones sobre normas y valores, incluidos los 10 absolutos del periodismo Reuters; una guía de estilo general y otra sobre deportes; un instructivo sobre las operaciones de la agencia, y una sección de orientación especializada, que aborda temas como la atribución de fuentes, los peligros legales, el uso de internet en los reportajes y cómo lidiar con amenazas y quejas.

lunes, 6 de julio de 2009

Los voceros voceras de la Academia del Insulto

Por Luis Carlos Díaz Salgado, sociolingüista.





Menuda la ha liado la ministra de Igualdad con su ocurrencia de llamar miembras a las miembras de no sé qué institución. Dicen los que dicen que saben de esto —nuestros queridos puristas y académicos de pro—, que a la miembra del gobierno se le ha notado la vena feminista en demasía, y que nadie puede hacer con la lengua su santa voluntad; que hasta ahí podríamos llegar; que para eso ya están ellos, los salvaguardas del idioma correcto y de la pureza lingüística tradicional.

El caso es que, aprovechando que la ministra ha pedido a la Real Academia que admita el nuevo palabro en su diccionario (ándese con ojo, ministra, que no sabe usted bien con quién se las gasta en estos asuntos), han sido varios los escritores y académicos de la lengua en acudir a los periódicos para negar la corrección del término miembra, al que, como poco, han calificado de «aberración» y «burrada». Así, y según recoge el diario El País, para Fernando Savater, Juan Manuel de Prada y Javier Marías, decir miembra es una «estupidez», una «sandez» y una «muestra de feminismo salvaje». Magnífica lección gramatical, sí señor; y elegante, sobre todo elegante.

Bastaría con haberle contestado a la ministra que la misión de la Academia no es establecer qué palabras pueden o no pueden entrar en el diccionario, sino que su labor consiste en recoger las que realmente se emplean: con esta declaración tan simple habría sido suficiente, y todo ello sin ni siquiera entrar en disquisiciones morfológicas, que esa es otra. Pero no, había que dejar claro con algún que otro improperio —dedicados sobre todo a las odiosas feministas y a las ministras incautas— que nadie puede cambiar la lengua a su antojo, y mucho menos sin contar antes con la aquiescencia de la Academia y la de sus oráculos de la corrección. Y aquí es justo donde se equivocan estos críticos; y lo hacen tanto en el fondo como en las formas.

Porque, guste o no, cualquiera, incluidos los ministros, puede usar las palabras que le resulten más adecuadas, incluso aunque estas voces sean un puro invento, como es el caso; de la misma forma que también cualquiera es libre de rechazar las que le parezcan absurdas o agramaticales. Vaya, que si yo estoy empleando la voz miembra en este artículo es porque no le veo nada malo a la palabra —salvo su novedad—, pero no por ello fuerzo a nadie a seguir mi ejemplo. Comprendo, además, que habrá quien se ría o se sonría (siempre lo nuevo resulta extraño e incluso chocante), pero de ahí a caer en la grosería, la ordinariez y la descalificación personal, como han hecho algunos académicos, escritores y periodistas, va todo un mundo.

Especialmente grosero con la ministra se ha mostrado el hasta hace poco vicedirector de la Real Academia Española, Gregorio Salvador, en su tiempo dialectólogo y hoy en día portavoz ideológico de la RAE. Siempre presto a la gresca lingüística, y haciendo gala de su habitual estilo guerrillero, Salvador también ha tachado de «estupidez» el uso de la voz miembra, a la par que ha llamado «estúpidos e ignorantes» a quienes osan emplear esta palabra. Para rematar tan moderada intervención ante la prensa, Gregorio Salvador ha recomendado a Bibiana Aído que «escriba a la RAE si quiere que el término se incluya en el diccionario»; que escriba y que luego espere bien sentadita, claro está, porque como ha enfatizado el propio Salvador, «siempre tenemos locos que escriben a la Academia pidiendo cosas peregrinas». En otras palabras, que la Real Academia Española admitirá a las miembras cuando las ranas críen pelo.

Lo curioso de esta historia es que no sería nada raro que los batracios acabaran luciendo melena (algo bastante común en asuntos lingüísticos), y bien podría ocurrir que Gregorio Salvador y compañía tuvieran que envainarse sus comentarios, tal y como hicieron los que en su día despotricaron contra médicas, arquitectas, juezas, presidentas, fiscalas, concejalas, modistos y azafatos; por poner sólo algunos ejemplos de voces inusuales en su momento, pero ya admitidas —aunque de muy mala gana— por la RAE, que comprueba con indisimulado enfado cómo la gente las emplea con normalidad, a pesar de que ella misma las condenara en un principio.

Así parece reconocerlo el segundo Salvador de nuestra historia, el también lingüista y académico Salvador Gutiérrez, quien —admitiendo el matiz feminista del término miembra, pero recordando el abecé de la profesión lingüística— ha afirmado que «la última palabra la tiene siempre el pueblo», y que si alguien introduce un cambio y el cambio es admitido por el pueblo, pues sanseacabó. Bien dicho: así es como dirime este tipo de disputas un verdadero estudioso de la lengua; y este es el mensaje de sensatez y mesura que divulga un auténtico lingüista para fomentar el respeto mutuo entre todos los hablantes. De ahí que sea tan necesario que el concepto de corrección lingüística no quede en manos de puristas gruñones, periodistas malhablados y escritores oportunistas.

Quizás les parezca curioso que dos lingüistas como Salvador Gutiérrez y Gregorio Salvador puedan abrigar ideas y actitudes tan diferentes sobre el mismo tema, especialmente si tenemos en cuenta que ambos son, además, miembros de la Real Academia Española. Pero todo se torna diáfano si recordamos que Salvador Gutiérrez es un científico de prestigio que lleva sólo unos meses en la institución; al contrario que Gregorio Salvador, que es uno de los miembros más veteranos de la RAE. Se hace evidente que el virus academicista todavía no ha tenido tiempo de dañar el intelecto de Salvador Gutiérrez, mientras que el sistema neuronal de Gregorio Salvador está ya irremediablemente perdido, y de ahí que pierda su objetividad científica con la misma asiduidad con la que pierde la educación y los modales.

Porque, no satisfecho con tachar de ignorantes, locos, tontos y estúpidos a quienes tengan la osadía de usar su lengua como mejor les venga en gana, (por cierto, ministra, infórmese un poquito mejor antes de meterse en estos berenjenales), el vocero más voceras de la RAE ha llegado incluso a recriminar la labor gubernamental de Bibiana Aído, a quien ha pedido que «se deje de bromas y se ocupe de resolver problemas de desigualdad preocupantes que hay en España, como las dificultades que tienen los padres en algunas comunidades para que sus hijos estudien castellano». Y chúpate esa, ministra; que nada hay mejor para cosechar aplausos en el ruedo ibérico que mezclar churras feministas con merinas catalanistas.

Sin embargo, y ya puestos a exigir responsabilidades, la ministra de Igualdad debería hacer eso mismo con la RAE, un organismo pagado con el dinero de todos cuyas señas de identidad son el conservadurismo, el machismo y la endogamia (y ahora también la chulería y el mal gusto, por lo que hemos podido leer en la prensa). Quizás ha llegado ya el momento de que el Estado tome medidas para evitar que en la institución estatal encargada de recoger los usos más habituales de nuestra lengua, científicos del lenguaje de la talla de Salvador Gutiérrez tengan que compartir asiento con escritores pepesabidillos metidos a gramáticos, filólogos trasnochados con delirios ultras y algún que otro amiguete despistado y suertudo que pasaba por allí. Alguna excepción hay entre tanta medianía lingüística, caso de Salvador Gutiérrez, Manuel Seco, Ignacio Bosque o Francisco Rico; pero eso es lo irónicamente grave, que los lingüistas sean las excepciones en una academia de la lengua.

Por lo tanto —y en vez de pedirle a la RAE que incluya tal o cual palabro en el diccionario—, lo primerito que debería hacer la ministra de Igualdad es exigirles a los académicos que expliquen y aclaren cuáles son los méritos necesarios para convertirse en tales. Quién sabe, quizás así los estúpidos, los locos y los ignorantes que creemos que otro mundo y otra Academia son posibles llegaríamos a entender que en una institución lingüística compuesta por 46 miembros sólo haya tres mujeres, tres solitarias miembras que además ni siquiera son lingüistas. Y esto último es lo que hace que la bancada académica resulte definitivamente grotesca.

Resumiendo, que el Estado financie corporaciones patriarcales y endogámicas como nuestra Real Academia del Insulto es tanto o más bochornoso y denunciable que el que a una ministra bisoña le dé por decir miembra, cancillera o ujiera. Esto último puede provocar la risa floja durante algunos días, pero lo primero causa una vergüenza tan permanente y un sonrojo tan duradero que uno se pregunta cuándo tendremos un gobierno con la sensatez necesaria para modificar de una vez los Estatutos de la Real Academia Española. Porque ya va siendo hora de que en la principal institución normativa de nuestra lengua estén sentados los verdaderos estudiosos del idioma —sean hombres o mujeres—, y no cualquier sobrino de su tío elegido por el igualitario método del dedazo: y esta sí que es una tarea digna de un ministerio de Igualdad. Ya les digo, ojalá ese gobierno llegue algún día y ojalá sepa devolverle a la Academia de la Lengua el cariz científico que nunca ha tenido. Los lingüistas lo celebraríamos; y las lingüistas imagino que todavía más.


Sevilla, 12 de junio del 2008

viernes, 3 de julio de 2009

El diccionario de dudas de la Academia

José Antonio Millán (Página personal de José Antonio Millán)


Con la edición de este diccionario, la Academia (junto con las demás academias de la lengua española) ha tratado de cortar de un solo tajo el nudo gordiano en el que se entrelazaban muy distintos tipos de inseguridades lingüísticas de los hispanohablantes.
En primer lugar están los variados problemas que tratan los “diccionarios de uso” y los libros de estilo de medios de comunicación. Por ejemplo: acentuación (¿gurú o guru?), formación de plural (¿caracteres o carácteres?), género (¿el o la duermevela?, ¿existe cancillera?), proximidad de forma (infringir/infligir), complementos pronominales (¿su padre la pegaba o le pegaba?), verbos irregulares (¿cimentar o cimientar?), construcción preposicional de verbos o sustantivos (gusto por, para, de), etc. También están las dudas sobre ciertos nombres de lugar: ¿Fiyi, Fiji o Fidji?, y ¿cómo se llaman sus habitantes?
Lo novedoso de esta obra es que para abordar un notable conjunto de cuestiones se ha tenido en cuenta sistemáticamente el español de América Latina. En pronunciación: guión se reconoce monosílabo en México y Centroamérica y bisílabo en el resto; léxico: la w se llama uve doble, doble ve o doble u, según los lugares; o régimen preposicional: informar de que en España e informar que en casi toda América. Aparecen normalizados temas centrales como el seseo —que con su predominio americano y peninsular meridional resulta mayoritario en el español— o el voseo. Así, la pronunciación de íncipit figura como [ínsipit, ínzipit] (¡primero la forma con seseo!), y la conjugación de ser comienza: “soy / eres (sos)”. Esta última medida es revolucionaria incluso para América, en cuyo sistema educativo y lengua escrita el voseo sólo ha tenido una entrada muy reciente.
El aspecto negativo de esta actitud abierta es que, paradójicamente, el presunto carácter normativo de la obra se resiente. Como ha explicado muy bien José Martínez de Sousa, las obras estrictamente normativas de la Academia son su Diccionario, la Ortografía y la Gramática, con las que el DPD (en la sigla que ya se ha consagrado) entra a veces en conflicto [1]. Y sobre todo: este diccionario con mucha frecuencia no toma partido por una forma (no es normativo, en sentido estricto), sino que más bien es descriptivo, levantando acta de diversos usos, sin decantarse por ninguno (véase más abajo el ejemplo de jersey).

Extranjerismos
Una cuestión siempre abierta son los extranjerismos. Cuando en 1927 la Academia creó, paralelamente al diccionario habitual, un Diccionario manual, incluyó en él muchas nuevas palabras, comunes y técnicas, de las que no podía presumirse si llegarían a “arraigar en el idioma". El Diccionario manual se discontinuó, como se dice en América, y numerosas voces extranjeras a medio digerir se vieron introducidas en la vigésima segunda edición del diccionario académico. No era ése su sitio, como se señaló en su momento, y por fortuna la aparición de este nuevo diccionario permite traerlas a él.
La obra registra los extranjerismos arraigados, con su pronunciación (blues), aunque no siempre (hardware). Por lo general se intentan pasar a la grafía española: yóquey para jockey, flas para flash y zum para zoom. El problema es que esta solución tiene consecuencias disgregadoras:
quien pronuncie [jerséi] escriba jersey, quien pronuncie [yérsey] escriba yérsey y quien pronuncie [yérsi] escriba yersi
Cuando hay alternativas a lo que se llaman "extranjerismos crudos", se proponen (patrocinador en vez de espónsor). Si las mejores opciones pertenecen al español de América, se recomienda su uso también en España (aerobismo para footing o jogging). Se busca siempre un consenso dentro de la norma culta hispánica (de ahí la labor conjunta de todas las academias), a sabiendas de que en muchos casos ésta está aún haciéndose. Ante cualquier uso se aporta primero un abanico de variantes, y éstas se ilustran con citas de fuentes de los países hispanohablantes, incluidos los EEUU (la inclusión de citas no se hacía desde el primer diccionario académico, el de Autoridades, en el siglo XVIII, pero es rasgo constante de los buenos diccionarios modernos, como el Diccionario del español actual). Tras la discusión razonada de las distintas opciones aparecen fórmulas como “se desaconseja”, “deben evitarse”, o bien “debe preferirse”, “se recomienda”, que recuerdan que estamos ante un terreno en constante movimiento... Esta encomiable cautela privará, por fortuna, de argumentos a los talibanes de la lengua, siempre dispuestos a ser más papistas que el Papa [2].
Las reglas de acentuación, división de palabras, etc., que estaban en la Ortografía de la lengua española de 1999, se han incorporado asimismo al DPD, con algunas modificaciones con respecto a dicha obra. También figuran en él aspectos ortotipográficos (como la colocación de los signos de puntuación cuando hay comillas, o cómo citar las fechas abreviadamente, etc.), que se exponen de forma taxativa, a pesar de ser materia opinable, y en la que existen distintas escuelas.
El diccionario da acceso alfabético a las palabras dudosas, pero también presenta artículos temáticos (LAÍSMO o PUNTOS SUSPENSIVOS: he aquí la lista completa). Estos, ligados a un útil Glosario de términos lingüísticos, constituyen pequeños tratados, que en algunos casos adelantan contenidos de la futura Gramática académica en la que está embarcado Ignacio Bosque. El lenguaje del diccionario es por lo general llano y adecuado a su público (sobre cuál sea éste, véase más adelante), salvo algún tecnicismo no explicado, como “resalte tipográfico” (que se podría definir como el "recurso tipográfico para destacar una porción de texto entre otras, por ejemplo poniéndolo de cursiva si el resto va en redonda, etc.").

“Manda un cibermensaje a mi ciberpágina para montar una cibercharla”
Una útil tarea que está empezando a cumplir el Panhispánico es buscar consenso para el vocabulario técnico usual, como el relacionado con Internet, que hasta ahora tenía un tratamiento irregular [3]. Así, frente a click se reconoce el uso de clicar, cliquear y hacer clic; en vez del link se propone enlace o vínculo (aunque se olvida el mexicano liga); dominio, bajar (un archivo) o las abreviaturas PC y Mb aún no constan, pero sí blog, back-up, emoticono o DVD...
No parece muy afortunado, sin embargo, el intento de resolver de un plumazo las dificultades que plantean las palabras más famosas de Internet usando el prefijo ciber- (que, si bien fue muy productivo al final de los años noventa, hoy está prácticamente reducido al cibercafé). Así, para email (que ni siquiera está recogido, sino en la forma e-mail) se propone el frecuente correo electrónico, pero también un inexistente cibercorreo; para chat, cibercharla o ciberplática; para (página) web, el americano página electrónica o ciberpágina.
En la Web aparece más de 16 millones de veces página(s) web y 400.000 veces página(s) electrónica(s) frente a menos de mil ciberpágina(s), según Google (para actualizar estos datos haga clic aquí: [4]). Si en otras entradas se dice “esta es la grafía asentada en español y, por tanto, la más recomendable”, en este tema sin embargo da la impresión de que el redactor corporativo no se ha resistido a la tentación de intentar dejar su huella en un vocabulario tan utilizado...

Un diccionario ¿para quién?
¿A qué tipo de usuario está dirigido este diccionario? No se trata claramente de una obra "para todo el mundo", por ejemplo: los estudiantes y las personas de escasa cultura lingüística tendrán dificultad para manejarla, precisamente por lo que tiene de abierta y abarcadora. No es siempre un recetario, ni aporta soluciones. Cuando lo hace, no siempre se deberían seguir, so pena de producir un español que jamás escribió (ni a veces habló) nadie: exige, por tanto, un cierto discernimiento.
Su público más claro son los profesionales de la lengua (correctores, escritores, profesores, traductores, etc.), aunque dada la gran difusión que ha tenido la obra, muchos otros se acercarán a ella.
El adjetivo panhispánico en el título resulta altisonante y con resonancias de predominio político o lingüístico poco gratas [5]. Habría sido mejor simplemente Diccionario hispánico de dudas, pues ¿no es hispánico lo “perteneciente o relativo a la lengua y la cultura españolas”? La estructura interna (remisiones, etc.) y la edición son impecables, y sólo hay que lamentar que la nómina de autores y obras de donde provienen las citas, esté absurdamente a cuerpo mayor que el del diccionario (siendo una información secundaria), y ocupe más de sesenta de sus páginas: ¡para casos así están las webs complementarias de los libros (donde además es más fácil buscar obras o autores)! De hecho, en la web de la Academia ya está dicha nómina...
Más culpable es la omisión de las numerosas fuentes que el diccionario ha debido de utilizar, desde el Diccionario de dudas de Seco hasta las muy numerosas obras de consulta de José Martínez de Sousa, pasando por obras latinoamericanas equivalentes y libros de estilo de prensa y agencias. Ninguna obra científica nace de la nada, y menos este diccionario, con sus más de ochocientas páginas de comentario a cuestiones que, muchas veces, llevan décadas debatiéndose, incluidas algunas sobre las que la Academia nunca ha sido especialista, como la ortotipografía. Por supuesto, no sirve aquí como disculpa el repetido expolio sin mención que ha sufrido el Diccionario académico a lo largo de los años: semejantes prácticas ya son, por fortuna, infrecuentes, y hoy quienes menos deberían hacerlas son precisamente las Academias.

La Academia y la Web
El DPD está íntegro en el sitio web de la Real Academia. Por cierto: el sitio como tal merece algunas mejoras; entre otras cuestiones: mantiene siempre la URL o dirección de la portada, lo que a alguien poco versado le puede impedir enlazar directamente a las páginas donde se encuentran los distintos materiales que contiene. Para acceder a la lista de artículos temáticos del DPD, por ejemplo, alguien sin mucho dominio del medio tendría que dar las siguientes instrucciones:
Vaya a http://www.rae.es/, haga clic en la columna de la izquierda, en 'Diccionario panhispánico de dudas'; en la página que aparezca, debajo de la caja de búsquedas, haga clic en la columna de la derecha en 'Articulos temáticos'
Naturalmente, se puede hacer trampa (mirando en la propiedades de la página con el botón derecho), como yo he hecho para remitir a la lista completa, pero ¿por qué no facilitar las cosas?
La Academia ha dado grandes pasos adelante poniendo en la Web a disposición del público hispanohablante sus materiales (lo que es de estricta justicia en una institución sin ánimo de lucro, que recibe tantos apoyos públicos —por no hablar de los privados— y que se propone difundir instrumentos para mayor bien de nuestra lengua). Sin embargo, le faltan pasos por dar. Por ejemplo: hoy en día es posible hacer directamente búsquedas en el Diccionario panhispánico y en el Diccionario de la RAE, pero ¿por qué no tener además un lemario de ambos en en línea? (un lemario es la lista de las palabras o temas que tiene el diccionario). En la consulta del DPD, por ejemplo, se lee la siguiente nota:
Para obtener resultados, la palabra o tema buscados deben coincidir con el lema de alguno de los artículos contenidos en el diccionario, por lo que se recomienda seguir al máximo las orientaciones para la búsqueda.
¿No sería más sencillo tener en línea el lemario que fuera enlazando a cada una de las palabras? Por ejemplo:
a
ab initio
ab intestato
ab ovo

y así sucesivamente, hasta

zum
Y lo mismo para el DRAE...
a
aba
ababol

y así sucesivamente, hasta

zuzo
Supongo que no pasará mucho tiempo sin que algún grupo de esforzados voluntarios amantes de su lengua, de los muchos que pueblan la Web, preste al público hispanohablante el buen servicio de preparar estos lemarios enlazados.

NOTAS
[1] Sobre la normatividad, y otras muchas cosas: José Martínez de Sousa, El diccionario panhispánico de dudas, ¿cumple con su deber?
[2] Se oyen con frecuencia cosas del estilo de "está prohibido decir del 2006", cuando a) en la lengua no hay nada "prohibido", y b) lo que la Academia ha hecho —a mi juicio, y el de otros, indebidamente— es recomendar no poner artículo ante los años 2000 y posteriores, dejando claro que "Esta recomendación no implica que se considere incorrecto, en estos casos, el uso del artículo: 4 de marzo DEL 2000". Véase la entrada fecha, apartado 4c.
[3] Véase mi artículo: Los términos informáticos en el Diccionario de la Academia
[4] Se puede ver la comparación exclusivamente de página web con ciberpágina a fecha de hoy, aunque los histogramas que proporciona ese sitio web tienen mala proporcionalidad.
[5] Sobre el panhispanismo: Sombras del «panhispanismo», en Addenda & Corrigenda, 8 de mayo del 2006.

La RAE continúa tan prescriptivista como en 1713

Por Ricardo Soca, periodista y editor de La página del idioma español

Nunca dejará de llamarme la atención la alegre desenvoltura con que la Academia Española se permite inventar palabras o grafías que no existen en la lengua, pese a las afirmaciones de sus miembros en el sentido de que "los únicos dueños de la lengua son los hablantes".

Son bien conocidos en ese sentido los casos de "güisqui" y "cederrón", vocablos nacidos en los mullidos sillones de la RAE, pero hojeando el Diccionario encontraremos muchos otros casos de imposición despiadada del diktat académico sobre las preferencias de los hablantes. Un buen ejemplo es el de la designación de los verbos pronominales, tachada como "antigua" por la Docta Casa, que ahora recomienda llamarlos verbos pronominados. O el de los verbos intransitivos, que ahora deben llamarse "verbos neutros".

Una sencilla búsqueda en Google permite comprobar que la preferencia de los hablantes constituye es un parámetro de poca importancia para los académicos. En efecto, si buscamos la forma "anticuada" verbo pronominal (la búsqueda debe hacerse entrecomillando las palabras) encontraremos 76.000 casos, mientras que para la forma verbo pronominado, consagrada como "correcta" por la Academia, el buscador muestra apenas 39 casos, una diferencia de 1.948 a uno. Análogamente, Google muestra 1.290 casos de la forma verbo neutro, recomendada por la RAE, contra casi 25.000 de la antigualla verbo intransitivo, que todos usamos.

En cuanto a las ya citadas güisqui y cederrón, veamos: el nombre de la bebida aparece escrito en su forma inglesa en casi un millón de sitios en castellano, mientras que apenas 5.970 prefirieron la forma "castiza" güisqui, nacida de la creatividad de la RAE, al mismo tiempo que el obsoleto y anglicado CD-ROM figura en el buscador con casi dos millones de casos, contra sólo 15.500 del primoroso y casi desconocido cederrón (Obviamente, todas las búsquedas se hicieron en modo avanzado, seleccionando exclusivamente textos en castellano).

A pesar de que muchas lenguas cuentan con sus academias para analizar los usos y definir las normas que de él se derivan, el castellano debe ser la única cuyos hablantes son tratados como niños de corta edad a quienes la autoridad lingüística debe enseñar la forma "correcta" de hablar y de escribir, inventando, cuando lo juzgare pertinente, palabras "más correctas" que las que el uso estableció.