América se está cobrando la deuda que la lengua española tiene con Andalucía. El impulso que los millones de hispanohablantes americanos han proporcionado al castellano es tal que incluso los lingüistas más conservadores están comenzando a aceptar que Castilla, la cuna del idioma, ya no es el centro del idioma. Como si de un Bolívar reencarnado se tratara, el español de América va camino de liberar a la lengua común de la opresión sufrida durante siglos. Una opresión fomentada y mantenida por aquellos para los que sólo había un español correcto: el de Castilla. Necios. Se creían lingüistas y no eran más que censores. Pero han hecho mucho daño. Han confundido, marginado, maltratado y deformado la conciencia lingüística de la gente basándose en conceptos que nada tenían que ver con la lingüística, sino con el poder. ¿Cómo entender si no que lo que se consideraba correcto no tuviera nada que ver con lo que era normal? Ha habido muchos Torquemadas de la lengua. Sin embargo, la importancia cada vez más evidente del español americano está empezando a cambiar las cosas.
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Me imagino que para muchos debe de ser difícil de entender que el seseo haya sido considerado en España un vulgarismo, que vulgar haya sido aspirar las s y pronunciar las j de manera suave, que vulgares han sido tantos otros rasgos fonéticos y léxicos que compartimos andaluces, canarios y americanos. Es difícil de entender, pero esta ha sido la realidad vivida durante cinco siglos. Ya en 1492 cuando Nebrija, sevillano, publicó la primera Gramática de la Lengua Castellana, Juan de Valdés, defensor de la norma toledana, consideró poco menos que ofensivo que un andaluz, «con su manera viciada de hablar» osara emprender tan ardua y digna tarea. Magnífico escritor Valdés, pero pésimo lingüista. Y grosero. Hay más casos: Manuel Alvar, en su Manual de dialectología hispánica, recoge el siguiente comentario que hace Amado Alonso en su obra De la pronunciación medieval a la moderna en español:
El idioma que llevan los españoles por Europa en su nuevo papel de hegemonía es el español que, teniendo por base el hablar toledano, se impone sobre todas las variedades regionales para ser el idioma de todos los españoles.
Pero lo que no dice Alonso es que el español que emigra a América no es el de Toledo precisamente, sino el de Sevilla. Un desliz imperialista. Lo siento por él, pero nada queda de aquel español en Flandes, mientras que en América está hoy la base del idioma. Andaluces y americanos tenemos mucho en común, y no hablo sólo de los antepasados. La influencia lingüística andaluza en América es evidente, sobre todo la que vino del antiguo Reino de Sevilla, esto es Huelva, Cádiz y Sevilla. En los primeros años de la conquista el número de andaluces, sobre todo sevillanos —y especialmente sevillanas— que emigran dobla al de cualquier otra región de España. Es cierto que después llegaron al nuevo continente muchos vascos, extremeños, catalanes y castellanos. Pero la base idiomática, sobre todo en cuanto a pronunciación, ya estaba asentada. Venezuela se llamó Nueva Andalucía y, todavía hoy, sihuiya es sinónimo de español en caribe. Que muchos lingüistas españoles hayan llegado a poner en duda la conexión entre Andalucía y América demuestra hasta qué punto el partidismo ha campado a sus anchas en la lingüística peninsular.
Muchos son los rasgos que compartimos andaluces y americanos. No todos, evidentemente. Espero poder hablar de ellos en posteriores artículos, pero hay uno que llama poderosamente la atención. Tanto en Andalucía como en América se considera que el español de más prestigio, el de más alto nivel, sigue siendo el español de Castilla. No podía ser de otra manera. Y hay razones que lo justifican. El castellano, allá por el siglo X, se impuso en la Península a otros dialectos del latín como el astur-leonés o el mozárabe. Más tarde, en el siglo XIII, Andalucía occidental es reconquistada a los moros y posteriormente repoblada con extremeños, leoneses y castellanos. Los nuevos colonos traen consigo su nueva lengua. Y así, lo que hablamos hoy en Andalucía y América no es pues, estrictamente, un dialecto del latín, sino un dialecto del castellano. Este matiz es importante. Pero, y puesto que la mayoría de los hablantes de español creemos que el prestigio de la lengua reside en Castilla, Castilla tiene la obligación de ser ecuánime. Y durante mucho tiempo no lo ha sido. Todo lo que se alejaba de la norma toledana era inmediatamente tachado de vulgar, de barriobajero, de chabacano. El padre, por decirlo metafóricamente, se avergonzó del acento de su hijo. Y tras la vergüenza vino el maltrato y la marginación. Todavía hoy en día hablar con acento andaluz en España es sinónimo de mal hablar.
Las autoridades lingüísticas españolas, con la Real Academia a la cabeza, tienen una deuda con los hablantes. No me extraña que Roberto Hernández Montoya en su artículo La Real Academia tiene mala ortografía se sienta ninguneado, zurdo, andaluz, indiano... cuando comprueba cómo la Real mantiene su postura acientífica a la hora de describir los sonidos de la lengua. Según la Real, el sonido de la ll es lateral, ...aunque casi nadie la pronuncie así. Argumentos de este tipo han sido los que han provocado que la gente no sepa bien a qué atenerse. Si quienes tienen que describir la lengua no lo hacen, ¿para qué sirven entonces?
Decía al principio que América se está cobrando la deuda que el español tiene con Andalucía. Pero no entiendan que hablo de venganza. En esto de la lengua, si hay bandos, no son el americano y el español, o el andaluz y el castellano, sino el de los que pretenden que el idioma sea un ente inamovible y los que entendemos que para mantener la unidad hay que conservar la diversidad. Conservarla y respetarla. Y difundirla. El vigor y la variedad del español americano han hecho posible, están haciendo, que algo comience a cambiar. Pero aún queda mucho por hacer. Y un buen campo para empezar son los medios de comunicación. Unos medios que han servido tradicionalmente en España para discriminar a los hablantes. Todavía hoy en el Libro de estilo de TVE, la emisora pública de España, se dice cuando se hace referencia al seseo: «Sólo se utiliza en Andalucía, Canarias e Hispanoamérica». ¡Sólo! ¿Será posible tamaño despropósito? Es como si dijésemos que sólo el 90 por ciento de los surafricanos son negros. Un dislate, vamos. Hay más ejemplos. En el Libro de estilo de Telemadrid, la televisión pública de la capital de España se dice lo siguiente también con respecto al seseo: «Su uso se produce por incuria o incumplimiento». Incuria, por si desconocen el término, significa dejadez. En otras palabras que la amplísima mayoría de hablantes de español somos, sois, unos vagos redomados. Estupidez semejante no tendría mayor importancia si no fuera porque usualmente los libros de estilo están revisados por reputados lingüistas para los que este tipo de afirmaciones son simples pecadillos sin mayor importancia. Esta es la discriminación, soterrada en ocasiones, que hemos venido padeciendo en mi país, España. Todavía hoy no hay un solo presentador de noticias que sesee. No me extraña. A nadie le gusta perder su trabajo.
Si como parece el futuro del español está en América, hay que analizar con cuidado lo que sucede en América. Ahora parece que se pretende crear un español neutro que sea utilizado en los medios de comunicación. ¡Qué barbarie! Yo prefiero escuchar a cada uno con su acento. Al cubano con su acento de Cuba, al venezolano con su acento de Venezuela, y al español con su acento español, sea sevillano o salmantino. El peligro, si es que lo hay, no es que el idioma se disgregue —como tanto insiste la Real— sino que, como en España durante tantos siglos, las naciones y los hablantes de América no quieran escucharse unos a otros. Que a cada nación le repela el acento de la nación vecina. Que el acento de cada uno sea motivo para que sea rechazado. España está aprendiendo de América. Esperemos que América no cometa el mismo error que cometimos los españoles.
El idioma que llevan los españoles por Europa en su nuevo papel de hegemonía es el español que, teniendo por base el hablar toledano, se impone sobre todas las variedades regionales para ser el idioma de todos los españoles.
Pero lo que no dice Alonso es que el español que emigra a América no es el de Toledo precisamente, sino el de Sevilla. Un desliz imperialista. Lo siento por él, pero nada queda de aquel español en Flandes, mientras que en América está hoy la base del idioma. Andaluces y americanos tenemos mucho en común, y no hablo sólo de los antepasados. La influencia lingüística andaluza en América es evidente, sobre todo la que vino del antiguo Reino de Sevilla, esto es Huelva, Cádiz y Sevilla. En los primeros años de la conquista el número de andaluces, sobre todo sevillanos —y especialmente sevillanas— que emigran dobla al de cualquier otra región de España. Es cierto que después llegaron al nuevo continente muchos vascos, extremeños, catalanes y castellanos. Pero la base idiomática, sobre todo en cuanto a pronunciación, ya estaba asentada. Venezuela se llamó Nueva Andalucía y, todavía hoy, sihuiya es sinónimo de español en caribe. Que muchos lingüistas españoles hayan llegado a poner en duda la conexión entre Andalucía y América demuestra hasta qué punto el partidismo ha campado a sus anchas en la lingüística peninsular.
Muchos son los rasgos que compartimos andaluces y americanos. No todos, evidentemente. Espero poder hablar de ellos en posteriores artículos, pero hay uno que llama poderosamente la atención. Tanto en Andalucía como en América se considera que el español de más prestigio, el de más alto nivel, sigue siendo el español de Castilla. No podía ser de otra manera. Y hay razones que lo justifican. El castellano, allá por el siglo X, se impuso en la Península a otros dialectos del latín como el astur-leonés o el mozárabe. Más tarde, en el siglo XIII, Andalucía occidental es reconquistada a los moros y posteriormente repoblada con extremeños, leoneses y castellanos. Los nuevos colonos traen consigo su nueva lengua. Y así, lo que hablamos hoy en Andalucía y América no es pues, estrictamente, un dialecto del latín, sino un dialecto del castellano. Este matiz es importante. Pero, y puesto que la mayoría de los hablantes de español creemos que el prestigio de la lengua reside en Castilla, Castilla tiene la obligación de ser ecuánime. Y durante mucho tiempo no lo ha sido. Todo lo que se alejaba de la norma toledana era inmediatamente tachado de vulgar, de barriobajero, de chabacano. El padre, por decirlo metafóricamente, se avergonzó del acento de su hijo. Y tras la vergüenza vino el maltrato y la marginación. Todavía hoy en día hablar con acento andaluz en España es sinónimo de mal hablar.
Las autoridades lingüísticas españolas, con la Real Academia a la cabeza, tienen una deuda con los hablantes. No me extraña que Roberto Hernández Montoya en su artículo La Real Academia tiene mala ortografía se sienta ninguneado, zurdo, andaluz, indiano... cuando comprueba cómo la Real mantiene su postura acientífica a la hora de describir los sonidos de la lengua. Según la Real, el sonido de la ll es lateral, ...aunque casi nadie la pronuncie así. Argumentos de este tipo han sido los que han provocado que la gente no sepa bien a qué atenerse. Si quienes tienen que describir la lengua no lo hacen, ¿para qué sirven entonces?
Decía al principio que América se está cobrando la deuda que el español tiene con Andalucía. Pero no entiendan que hablo de venganza. En esto de la lengua, si hay bandos, no son el americano y el español, o el andaluz y el castellano, sino el de los que pretenden que el idioma sea un ente inamovible y los que entendemos que para mantener la unidad hay que conservar la diversidad. Conservarla y respetarla. Y difundirla. El vigor y la variedad del español americano han hecho posible, están haciendo, que algo comience a cambiar. Pero aún queda mucho por hacer. Y un buen campo para empezar son los medios de comunicación. Unos medios que han servido tradicionalmente en España para discriminar a los hablantes. Todavía hoy en el Libro de estilo de TVE, la emisora pública de España, se dice cuando se hace referencia al seseo: «Sólo se utiliza en Andalucía, Canarias e Hispanoamérica». ¡Sólo! ¿Será posible tamaño despropósito? Es como si dijésemos que sólo el 90 por ciento de los surafricanos son negros. Un dislate, vamos. Hay más ejemplos. En el Libro de estilo de Telemadrid, la televisión pública de la capital de España se dice lo siguiente también con respecto al seseo: «Su uso se produce por incuria o incumplimiento». Incuria, por si desconocen el término, significa dejadez. En otras palabras que la amplísima mayoría de hablantes de español somos, sois, unos vagos redomados. Estupidez semejante no tendría mayor importancia si no fuera porque usualmente los libros de estilo están revisados por reputados lingüistas para los que este tipo de afirmaciones son simples pecadillos sin mayor importancia. Esta es la discriminación, soterrada en ocasiones, que hemos venido padeciendo en mi país, España. Todavía hoy no hay un solo presentador de noticias que sesee. No me extraña. A nadie le gusta perder su trabajo.
Si como parece el futuro del español está en América, hay que analizar con cuidado lo que sucede en América. Ahora parece que se pretende crear un español neutro que sea utilizado en los medios de comunicación. ¡Qué barbarie! Yo prefiero escuchar a cada uno con su acento. Al cubano con su acento de Cuba, al venezolano con su acento de Venezuela, y al español con su acento español, sea sevillano o salmantino. El peligro, si es que lo hay, no es que el idioma se disgregue —como tanto insiste la Real— sino que, como en España durante tantos siglos, las naciones y los hablantes de América no quieran escucharse unos a otros. Que a cada nación le repela el acento de la nación vecina. Que el acento de cada uno sea motivo para que sea rechazado. España está aprendiendo de América. Esperemos que América no cometa el mismo error que cometimos los españoles.