viernes, 3 de julio de 2009

El diccionario de dudas de la Academia

José Antonio Millán (Página personal de José Antonio Millán)


Con la edición de este diccionario, la Academia (junto con las demás academias de la lengua española) ha tratado de cortar de un solo tajo el nudo gordiano en el que se entrelazaban muy distintos tipos de inseguridades lingüísticas de los hispanohablantes.
En primer lugar están los variados problemas que tratan los “diccionarios de uso” y los libros de estilo de medios de comunicación. Por ejemplo: acentuación (¿gurú o guru?), formación de plural (¿caracteres o carácteres?), género (¿el o la duermevela?, ¿existe cancillera?), proximidad de forma (infringir/infligir), complementos pronominales (¿su padre la pegaba o le pegaba?), verbos irregulares (¿cimentar o cimientar?), construcción preposicional de verbos o sustantivos (gusto por, para, de), etc. También están las dudas sobre ciertos nombres de lugar: ¿Fiyi, Fiji o Fidji?, y ¿cómo se llaman sus habitantes?
Lo novedoso de esta obra es que para abordar un notable conjunto de cuestiones se ha tenido en cuenta sistemáticamente el español de América Latina. En pronunciación: guión se reconoce monosílabo en México y Centroamérica y bisílabo en el resto; léxico: la w se llama uve doble, doble ve o doble u, según los lugares; o régimen preposicional: informar de que en España e informar que en casi toda América. Aparecen normalizados temas centrales como el seseo —que con su predominio americano y peninsular meridional resulta mayoritario en el español— o el voseo. Así, la pronunciación de íncipit figura como [ínsipit, ínzipit] (¡primero la forma con seseo!), y la conjugación de ser comienza: “soy / eres (sos)”. Esta última medida es revolucionaria incluso para América, en cuyo sistema educativo y lengua escrita el voseo sólo ha tenido una entrada muy reciente.
El aspecto negativo de esta actitud abierta es que, paradójicamente, el presunto carácter normativo de la obra se resiente. Como ha explicado muy bien José Martínez de Sousa, las obras estrictamente normativas de la Academia son su Diccionario, la Ortografía y la Gramática, con las que el DPD (en la sigla que ya se ha consagrado) entra a veces en conflicto [1]. Y sobre todo: este diccionario con mucha frecuencia no toma partido por una forma (no es normativo, en sentido estricto), sino que más bien es descriptivo, levantando acta de diversos usos, sin decantarse por ninguno (véase más abajo el ejemplo de jersey).

Extranjerismos
Una cuestión siempre abierta son los extranjerismos. Cuando en 1927 la Academia creó, paralelamente al diccionario habitual, un Diccionario manual, incluyó en él muchas nuevas palabras, comunes y técnicas, de las que no podía presumirse si llegarían a “arraigar en el idioma". El Diccionario manual se discontinuó, como se dice en América, y numerosas voces extranjeras a medio digerir se vieron introducidas en la vigésima segunda edición del diccionario académico. No era ése su sitio, como se señaló en su momento, y por fortuna la aparición de este nuevo diccionario permite traerlas a él.
La obra registra los extranjerismos arraigados, con su pronunciación (blues), aunque no siempre (hardware). Por lo general se intentan pasar a la grafía española: yóquey para jockey, flas para flash y zum para zoom. El problema es que esta solución tiene consecuencias disgregadoras:
quien pronuncie [jerséi] escriba jersey, quien pronuncie [yérsey] escriba yérsey y quien pronuncie [yérsi] escriba yersi
Cuando hay alternativas a lo que se llaman "extranjerismos crudos", se proponen (patrocinador en vez de espónsor). Si las mejores opciones pertenecen al español de América, se recomienda su uso también en España (aerobismo para footing o jogging). Se busca siempre un consenso dentro de la norma culta hispánica (de ahí la labor conjunta de todas las academias), a sabiendas de que en muchos casos ésta está aún haciéndose. Ante cualquier uso se aporta primero un abanico de variantes, y éstas se ilustran con citas de fuentes de los países hispanohablantes, incluidos los EEUU (la inclusión de citas no se hacía desde el primer diccionario académico, el de Autoridades, en el siglo XVIII, pero es rasgo constante de los buenos diccionarios modernos, como el Diccionario del español actual). Tras la discusión razonada de las distintas opciones aparecen fórmulas como “se desaconseja”, “deben evitarse”, o bien “debe preferirse”, “se recomienda”, que recuerdan que estamos ante un terreno en constante movimiento... Esta encomiable cautela privará, por fortuna, de argumentos a los talibanes de la lengua, siempre dispuestos a ser más papistas que el Papa [2].
Las reglas de acentuación, división de palabras, etc., que estaban en la Ortografía de la lengua española de 1999, se han incorporado asimismo al DPD, con algunas modificaciones con respecto a dicha obra. También figuran en él aspectos ortotipográficos (como la colocación de los signos de puntuación cuando hay comillas, o cómo citar las fechas abreviadamente, etc.), que se exponen de forma taxativa, a pesar de ser materia opinable, y en la que existen distintas escuelas.
El diccionario da acceso alfabético a las palabras dudosas, pero también presenta artículos temáticos (LAÍSMO o PUNTOS SUSPENSIVOS: he aquí la lista completa). Estos, ligados a un útil Glosario de términos lingüísticos, constituyen pequeños tratados, que en algunos casos adelantan contenidos de la futura Gramática académica en la que está embarcado Ignacio Bosque. El lenguaje del diccionario es por lo general llano y adecuado a su público (sobre cuál sea éste, véase más adelante), salvo algún tecnicismo no explicado, como “resalte tipográfico” (que se podría definir como el "recurso tipográfico para destacar una porción de texto entre otras, por ejemplo poniéndolo de cursiva si el resto va en redonda, etc.").

“Manda un cibermensaje a mi ciberpágina para montar una cibercharla”
Una útil tarea que está empezando a cumplir el Panhispánico es buscar consenso para el vocabulario técnico usual, como el relacionado con Internet, que hasta ahora tenía un tratamiento irregular [3]. Así, frente a click se reconoce el uso de clicar, cliquear y hacer clic; en vez del link se propone enlace o vínculo (aunque se olvida el mexicano liga); dominio, bajar (un archivo) o las abreviaturas PC y Mb aún no constan, pero sí blog, back-up, emoticono o DVD...
No parece muy afortunado, sin embargo, el intento de resolver de un plumazo las dificultades que plantean las palabras más famosas de Internet usando el prefijo ciber- (que, si bien fue muy productivo al final de los años noventa, hoy está prácticamente reducido al cibercafé). Así, para email (que ni siquiera está recogido, sino en la forma e-mail) se propone el frecuente correo electrónico, pero también un inexistente cibercorreo; para chat, cibercharla o ciberplática; para (página) web, el americano página electrónica o ciberpágina.
En la Web aparece más de 16 millones de veces página(s) web y 400.000 veces página(s) electrónica(s) frente a menos de mil ciberpágina(s), según Google (para actualizar estos datos haga clic aquí: [4]). Si en otras entradas se dice “esta es la grafía asentada en español y, por tanto, la más recomendable”, en este tema sin embargo da la impresión de que el redactor corporativo no se ha resistido a la tentación de intentar dejar su huella en un vocabulario tan utilizado...

Un diccionario ¿para quién?
¿A qué tipo de usuario está dirigido este diccionario? No se trata claramente de una obra "para todo el mundo", por ejemplo: los estudiantes y las personas de escasa cultura lingüística tendrán dificultad para manejarla, precisamente por lo que tiene de abierta y abarcadora. No es siempre un recetario, ni aporta soluciones. Cuando lo hace, no siempre se deberían seguir, so pena de producir un español que jamás escribió (ni a veces habló) nadie: exige, por tanto, un cierto discernimiento.
Su público más claro son los profesionales de la lengua (correctores, escritores, profesores, traductores, etc.), aunque dada la gran difusión que ha tenido la obra, muchos otros se acercarán a ella.
El adjetivo panhispánico en el título resulta altisonante y con resonancias de predominio político o lingüístico poco gratas [5]. Habría sido mejor simplemente Diccionario hispánico de dudas, pues ¿no es hispánico lo “perteneciente o relativo a la lengua y la cultura españolas”? La estructura interna (remisiones, etc.) y la edición son impecables, y sólo hay que lamentar que la nómina de autores y obras de donde provienen las citas, esté absurdamente a cuerpo mayor que el del diccionario (siendo una información secundaria), y ocupe más de sesenta de sus páginas: ¡para casos así están las webs complementarias de los libros (donde además es más fácil buscar obras o autores)! De hecho, en la web de la Academia ya está dicha nómina...
Más culpable es la omisión de las numerosas fuentes que el diccionario ha debido de utilizar, desde el Diccionario de dudas de Seco hasta las muy numerosas obras de consulta de José Martínez de Sousa, pasando por obras latinoamericanas equivalentes y libros de estilo de prensa y agencias. Ninguna obra científica nace de la nada, y menos este diccionario, con sus más de ochocientas páginas de comentario a cuestiones que, muchas veces, llevan décadas debatiéndose, incluidas algunas sobre las que la Academia nunca ha sido especialista, como la ortotipografía. Por supuesto, no sirve aquí como disculpa el repetido expolio sin mención que ha sufrido el Diccionario académico a lo largo de los años: semejantes prácticas ya son, por fortuna, infrecuentes, y hoy quienes menos deberían hacerlas son precisamente las Academias.

La Academia y la Web
El DPD está íntegro en el sitio web de la Real Academia. Por cierto: el sitio como tal merece algunas mejoras; entre otras cuestiones: mantiene siempre la URL o dirección de la portada, lo que a alguien poco versado le puede impedir enlazar directamente a las páginas donde se encuentran los distintos materiales que contiene. Para acceder a la lista de artículos temáticos del DPD, por ejemplo, alguien sin mucho dominio del medio tendría que dar las siguientes instrucciones:
Vaya a http://www.rae.es/, haga clic en la columna de la izquierda, en 'Diccionario panhispánico de dudas'; en la página que aparezca, debajo de la caja de búsquedas, haga clic en la columna de la derecha en 'Articulos temáticos'
Naturalmente, se puede hacer trampa (mirando en la propiedades de la página con el botón derecho), como yo he hecho para remitir a la lista completa, pero ¿por qué no facilitar las cosas?
La Academia ha dado grandes pasos adelante poniendo en la Web a disposición del público hispanohablante sus materiales (lo que es de estricta justicia en una institución sin ánimo de lucro, que recibe tantos apoyos públicos —por no hablar de los privados— y que se propone difundir instrumentos para mayor bien de nuestra lengua). Sin embargo, le faltan pasos por dar. Por ejemplo: hoy en día es posible hacer directamente búsquedas en el Diccionario panhispánico y en el Diccionario de la RAE, pero ¿por qué no tener además un lemario de ambos en en línea? (un lemario es la lista de las palabras o temas que tiene el diccionario). En la consulta del DPD, por ejemplo, se lee la siguiente nota:
Para obtener resultados, la palabra o tema buscados deben coincidir con el lema de alguno de los artículos contenidos en el diccionario, por lo que se recomienda seguir al máximo las orientaciones para la búsqueda.
¿No sería más sencillo tener en línea el lemario que fuera enlazando a cada una de las palabras? Por ejemplo:
a
ab initio
ab intestato
ab ovo

y así sucesivamente, hasta

zum
Y lo mismo para el DRAE...
a
aba
ababol

y así sucesivamente, hasta

zuzo
Supongo que no pasará mucho tiempo sin que algún grupo de esforzados voluntarios amantes de su lengua, de los muchos que pueblan la Web, preste al público hispanohablante el buen servicio de preparar estos lemarios enlazados.

NOTAS
[1] Sobre la normatividad, y otras muchas cosas: José Martínez de Sousa, El diccionario panhispánico de dudas, ¿cumple con su deber?
[2] Se oyen con frecuencia cosas del estilo de "está prohibido decir del 2006", cuando a) en la lengua no hay nada "prohibido", y b) lo que la Academia ha hecho —a mi juicio, y el de otros, indebidamente— es recomendar no poner artículo ante los años 2000 y posteriores, dejando claro que "Esta recomendación no implica que se considere incorrecto, en estos casos, el uso del artículo: 4 de marzo DEL 2000". Véase la entrada fecha, apartado 4c.
[3] Véase mi artículo: Los términos informáticos en el Diccionario de la Academia
[4] Se puede ver la comparación exclusivamente de página web con ciberpágina a fecha de hoy, aunque los histogramas que proporciona ese sitio web tienen mala proporcionalidad.
[5] Sobre el panhispanismo: Sombras del «panhispanismo», en Addenda & Corrigenda, 8 de mayo del 2006.