sábado, 27 de febrero de 2010

La puntuación, según San Cortázar


Por Marcelo di Marco, escritor y coordinador del taller Corte y Corrección

Relean los cuentos de Julio Cortázar y abrirán una ventana a la libertad creadora. Verán cómo el aire fresco de la novedad arrasa con los machetes de los impotentes y revuelve los libretos aprendidos a lo loro. Mientras los profetas de la cultura light se sacan pelusa del ombligo, y bien intencionados teóricos meditan sosegadamente sobre tal o cual tornillito, la palabra límpida y salvaje de Cortázar pasa sobre todos ellos a la velocidad de la luz.

Detengámonos en el comienzo de uno de sus mejores cuentos fantásticos para verificar cuán artero puede llegar a ser el uso adecuado —que no "correcto"— de los signos de puntuación.

[+/-]

En "No se culpe a nadie", historia que integra la primera parte del libro Final del juego, Cortázar nos muestra qué peligroso es intentar ponerse un pulóver a los apurones, pegado a una ventana en un piso doce. Sobre todo, cuando la propia mano diestra se vuelve independiente para complicarnos mucho más las cosas; el procedimiento, caída libre mediante, terminará con la vida del personaje.

Si hacen la prueba de leer el cuento en voz alta desde el principio, hacia el final se descubrirán casi gritando. Pídanle a algún amigo que lo lea, y le pasará lo mismo. El ritmo narrativo del relato es de una velocidad tal que sus casi tres páginas parecen suceder en un momento. No es que comience con lentitud y vaya acelerando; parte directamente a alta velocidad, quemando gomas:

El frío complica siempre las cosas, en verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero ahora a las seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento, ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse el pull-over azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es un ponerse y sacarse pull-overs, irse encerrando, alejando.

Noten cómo todos los elementos de la frase marcan el tempo rápido: la puntuación intencionadamente "errónea", la equilibrada longitud, la utilización del verbo en presente, la variedad del tono siempre apresurado, tan nervioso como el personaje, que sabe que está llegando tarde a su encuentro.

Pongámonos en la piel de un purista de la lengua, e intentemos puntuar el texto a la manera de ese culto caballero de antaño:

El frío complica siempre las cosas. En verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel... Pero ahora, a las seis y media, su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento. Ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco: hay que ponerse el pull-over azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris. El otoño es un ponerse y sacarse pull-overs; irse encerrando, alejando...

Relean atentamente las dos versiones, en lo posible en voz alta. Parece mentira que suenen tan diferentes. A pesar de que no hemos cambiado una sola palabra, la "nueva" versión —la "correcta"— suena tibiecita, humildona, tan sin vida... Parece, incluso, que hasta el concepto mismo ha cambiado.

Todo el cuento seguirá desarrollándose así, a mil por hora, precipitándose hacia ese final de doce pisos. Gracias a la utilización estratégica de puntos y comas, Cortázar ha logrado adecuar su estilo a la materia narrativa que tiene entre manos.

Eso es perfección.