jueves, 30 de julio de 2009

La lengua machista, según Mafalda




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Zorro = Héroe justiciero
Zorra = Pu-ta

Perro = Mejor amigo del hombre
Perra = Pu-ta

Aventurero = Osado, valiente, arriesgado.
Aventurera = Pu-ta

Cualquier = Fulano, Mengano, Zutano
Cualquiera = Pu-ta

Callejero = De la calle, urbano.
Callejera = Pu-ta

Hombrezuelo = Hombrecillo, mínimo, pequeño
Mujerzuela = Pu-ta

Hombre público = Personaje prominente. Funcionario público.
Mujer pública = Pu-ta

Hombre de la vida = Hombre de gran experiencia.
Mujer de la vida = Pu-ta

Puto = Homosexual
Puta = Puta

Héroe = Ídolo.
Heroína = Droga

Atrevido = Osado, valiente.
Atrevida = Insolente, mal educada.

Soltero = Codiciado, inteligente, hábil.
Soltera = Quedada, lenta, ya se le fue el tren.

Dios = Creador del universo y cuya divinidad se transmitió a su Hijo varón por línea paterna.
Diosa = Ser mitológico de culturas supersticiosas, obsoletas y olvidadas.

Suegro = Padre político.
Suegra = Bruja, metiche, etc.

Machista = Hombre macho.
Feminista = Lesbiana.

Don Juan = Hombre en todo su sentido.
Doña Juana = La mujer de la limpieza.


lunes, 27 de julio de 2009

La Academia Española ante el poder de los hablantes


Por Manuel Seco (extracto publicado en La página del idioma español)

Para el hablante español medio, la autoridad máxima, algo así como el tribunal supremo del idioma, es la Real Academia Española. Esta institución oficial nació, en 1713, con un carácter exclusivamente técnico (diferente del de hoy, que es en gran parte honorífico) y con una finalidad muy definida, que está de manifiesto en su lema: Limpia, fija y da esplendor.
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Es decir, su misión era, basándose en el uso de los mejores escritores, establecer una forma precisa y bella de la lengua, exenta de impurezas y elementos superfluos. Con tal objetivo, compuso la Academia su célebre Diccionario en seis volúmenes llamado "de Autoridades" (1726-1739), y más tarde su Ortografía (1741) y su Gramática (1771). La autoridad que desde un principio se atribuyó oficialmente a la Academia en materia de lengua, unida a la alta calidad de la primera de sus obras, hizo que se implantase en muchos hablantes -españoles y americanos-, hasta hoy, la idea de que la Academia "dictamina" lo que debe y lo que no debe decirse. Incluso entre personas cultas es frecuente oír que tal o cual palabra "no está admitida" por la Academia y que por lo tanto "no es correcta" o "no existe".

En esta actitud respecto a la Academia hay un error fundamental, el de considerar que alguien -sea una persona o una corporación- tiene autoridad para legislar sobre la lengua. La lengua es de la comunidad que la habla, y es lo que esta comunidad acepta lo que de verdad "existe", y es lo que el uso da por bueno lo único que en definitiva "es correcto".

La propia Academia, cuando quiso imponer una determinada forma de lengua, no lo hizo a su capricho, sino presentando el uso de los buenos escritores. La validez de un diccionario o de una gramática en cuanto autoridades depende exclusivamente de la fidelidad con que se ajusten a la realidad de la lengua culta común; ninguna de tales obras ha de decirnos cómo debe ser la lengua, sino cómo es, y por tanto su finalidad es puramente informativa. Se puede buscar en ellas orientación, no preceptos.

La actitud de reverencia ciega a la Academia, unida a la adhesión literal a uno de los principios de fundación de ésta, da lugar a la posición purista, que rechaza cualquier palabra nueva por ser extranjera o simplemente por ser nueva. El punto de partida de esta postura es el de suponer que una lengua es una realidad fija, inmutable, perfecta; ignorando que tiene que cambiar al paso que cambia la sociedad que la habla, y que, al ser un instrumento al servicio de los hablantes, éstos la van adaptando siempre a la medida de sus necesidades.

Pero no debe confundirse el purismo, tradicionalista y cerrado, desdeñable por absurdo, con una conciencia lingüística en los hablantes -realista y crítica a la vez- que con sentido práctico sepa preferir, entre las varias formas nuevas que en cada momento se insinúan, las más adecuadas a los moldes del idioma, y que, reconociendo la necesidad de adoptar extranjerismos, sepa acomodarlos a estos mismos moldes. El desarrollo de tal conciencia lingüística sería uno de los mejores logros de una buena enseñanza de la lengua.

Si la lengua es de todos; si nadie, ni Academia ni gramáticos, la gobiernan ¿cómo se mantiene su unidad? Ya hemos dicho que el instinto general de conservar el medio de comunicación con los demás, necesidad de toda sociedad, es lo que frena y contrarresta la tendencia natural a la diversidad en el hablar. Este instinto es el que establece las normas que rigen en cada comunidad.

Aunque es indudable la existencia de una norma en la lengua, también es innegable que no existe "una" norma. La supernorma, la norma general, es, desde luego, la lengua culta escrita, que presenta una clara uniformidad básica en todo el mundo hispanohablante; pero el uso cotidiano se fragmenta en normas menores, variables según la geografía y según los niveles, que, sin romper la unidad general del idioma,, ofrecen a menudo matices muy peculiares. A esta variedad de normas, y no sólo a una dogmática norma unitaria, debe atender una enseñanza realista de la lengua, en beneficio de los hablantes y de la propia lengua.

domingo, 19 de julio de 2009

América, Andalucía y los dos bandos de la lengua

Luis Carlos Díaz Salgado, linguista

América se está cobrando la deuda que la lengua española tiene con Andalucía. El impulso que los millones de hispanohablantes americanos han proporcionado al castellano es tal que incluso los lingüistas más conservadores están comenzando a aceptar que Castilla, la cuna del idioma, ya no es el centro del idioma. Como si de un Bolívar reencarnado se tratara, el español de América va camino de liberar a la lengua común de la opresión sufrida durante siglos. Una opresión fomentada y mantenida por aquellos para los que sólo había un español correcto: el de Castilla. Necios. Se creían lingüistas y no eran más que censores. Pero han hecho mucho daño. Han confundido, marginado, maltratado y deformado la conciencia lingüística de la gente basándose en conceptos que nada tenían que ver con la lingüística, sino con el poder. ¿Cómo entender si no que lo que se consideraba correcto no tuviera nada que ver con lo que era normal? Ha habido muchos Torquemadas de la lengua. Sin embargo, la importancia cada vez más evidente del español americano está empezando a cambiar las cosas.
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Me imagino que para muchos debe de ser difícil de entender que el seseo haya sido considerado en España un vulgarismo, que vulgar haya sido aspirar las s y pronunciar las j de manera suave, que vulgares han sido tantos otros rasgos fonéticos y léxicos que compartimos andaluces, canarios y americanos. Es difícil de entender, pero esta ha sido la realidad vivida durante cinco siglos. Ya en 1492 cuando Nebrija, sevillano, publicó la primera Gramática de la Lengua Castellana, Juan de Valdés, defensor de la norma toledana, consideró poco menos que ofensivo que un andaluz, «con su manera viciada de hablar» osara emprender tan ardua y digna tarea. Magnífico escritor Valdés, pero pésimo lingüista. Y grosero. Hay más casos: Manuel Alvar, en su Manual de dialectología hispánica, recoge el siguiente comentario que hace Amado Alonso en su obra De la pronunciación medieval a la moderna en español:

El idioma que llevan los españoles por Europa en su nuevo papel de hegemonía es el español que, teniendo por base el hablar toledano, se impone sobre todas las variedades regionales para ser el idioma de todos los españoles.

Pero lo que no dice Alonso es que el español que emigra a América no es el de Toledo precisamente, sino el de Sevilla. Un desliz imperialista. Lo siento por él, pero nada queda de aquel español en Flandes, mientras que en América está hoy la base del idioma. Andaluces y americanos tenemos mucho en común, y no hablo sólo de los antepasados. La influencia lingüística andaluza en América es evidente, sobre todo la que vino del antiguo Reino de Sevilla, esto es Huelva, Cádiz y Sevilla. En los primeros años de la conquista el número de andaluces, sobre todo sevillanos —y especialmente sevillanas— que emigran dobla al de cualquier otra región de España. Es cierto que después llegaron al nuevo continente muchos vascos, extremeños, catalanes y castellanos. Pero la base idiomática, sobre todo en cuanto a pronunciación, ya estaba asentada. Venezuela se llamó Nueva Andalucía y, todavía hoy, sihuiya es sinónimo de español en caribe. Que muchos lingüistas españoles hayan llegado a poner en duda la conexión entre Andalucía y América demuestra hasta qué punto el partidismo ha campado a sus anchas en la lingüística peninsular.

Muchos son los rasgos que compartimos andaluces y americanos. No todos, evidentemente. Espero poder hablar de ellos en posteriores artículos, pero hay uno que llama poderosamente la atención. Tanto en Andalucía como en América se considera que el español de más prestigio, el de más alto nivel, sigue siendo el español de Castilla. No podía ser de otra manera. Y hay razones que lo justifican. El castellano, allá por el siglo X, se impuso en la Península a otros dialectos del latín como el astur-leonés o el mozárabe. Más tarde, en el siglo XIII, Andalucía occidental es reconquistada a los moros y posteriormente repoblada con extremeños, leoneses y castellanos. Los nuevos colonos traen consigo su nueva lengua. Y así, lo que hablamos hoy en Andalucía y América no es pues, estrictamente, un dialecto del latín, sino un dialecto del castellano. Este matiz es importante. Pero, y puesto que la mayoría de los hablantes de español creemos que el prestigio de la lengua reside en Castilla, Castilla tiene la obligación de ser ecuánime. Y durante mucho tiempo no lo ha sido. Todo lo que se alejaba de la norma toledana era inmediatamente tachado de vulgar, de barriobajero, de chabacano. El padre, por decirlo metafóricamente, se avergonzó del acento de su hijo. Y tras la vergüenza vino el maltrato y la marginación. Todavía hoy en día hablar con acento andaluz en España es sinónimo de mal hablar.

Las autoridades lingüísticas españolas, con la Real Academia a la cabeza, tienen una deuda con los hablantes. No me extraña que Roberto Hernández Montoya en su artículo La Real Academia tiene mala ortografía se sienta ninguneado, zurdo, andaluz, indiano... cuando comprueba cómo la Real mantiene su postura acientífica a la hora de describir los sonidos de la lengua. Según la Real, el sonido de la ll es lateral, ...aunque casi nadie la pronuncie así. Argumentos de este tipo han sido los que han provocado que la gente no sepa bien a qué atenerse. Si quienes tienen que describir la lengua no lo hacen, ¿para qué sirven entonces?

Decía al principio que América se está cobrando la deuda que el español tiene con Andalucía. Pero no entiendan que hablo de venganza. En esto de la lengua, si hay bandos, no son el americano y el español, o el andaluz y el castellano, sino el de los que pretenden que el idioma sea un ente inamovible y los que entendemos que para mantener la unidad hay que conservar la diversidad. Conservarla y respetarla. Y difundirla. El vigor y la variedad del español americano han hecho posible, están haciendo, que algo comience a cambiar. Pero aún queda mucho por hacer. Y un buen campo para empezar son los medios de comunicación. Unos medios que han servido tradicionalmente en España para discriminar a los hablantes. Todavía hoy en el Libro de estilo de TVE, la emisora pública de España, se dice cuando se hace referencia al seseo: «Sólo se utiliza en Andalucía, Canarias e Hispanoamérica». ¡Sólo! ¿Será posible tamaño despropósito? Es como si dijésemos que sólo el 90 por ciento de los surafricanos son negros. Un dislate, vamos. Hay más ejemplos. En el Libro de estilo de Telemadrid, la televisión pública de la capital de España se dice lo siguiente también con respecto al seseo: «Su uso se produce por incuria o incumplimiento». Incuria, por si desconocen el término, significa dejadez. En otras palabras que la amplísima mayoría de hablantes de español somos, sois, unos vagos redomados. Estupidez semejante no tendría mayor importancia si no fuera porque usualmente los libros de estilo están revisados por reputados lingüistas para los que este tipo de afirmaciones son simples pecadillos sin mayor importancia. Esta es la discriminación, soterrada en ocasiones, que hemos venido padeciendo en mi país, España. Todavía hoy no hay un solo presentador de noticias que sesee. No me extraña. A nadie le gusta perder su trabajo.

Si como parece el futuro del español está en América, hay que analizar con cuidado lo que sucede en América. Ahora parece que se pretende crear un español neutro que sea utilizado en los medios de comunicación. ¡Qué barbarie! Yo prefiero escuchar a cada uno con su acento. Al cubano con su acento de Cuba, al venezolano con su acento de Venezuela, y al español con su acento español, sea sevillano o salmantino. El peligro, si es que lo hay, no es que el idioma se disgregue —como tanto insiste la Real— sino que, como en España durante tantos siglos, las naciones y los hablantes de América no quieran escucharse unos a otros. Que a cada nación le repela el acento de la nación vecina. Que el acento de cada uno sea motivo para que sea rechazado. España está aprendiendo de América. Esperemos que América no cometa el mismo error que cometimos los españoles.

sábado, 11 de julio de 2009

Agencia Reuters pone en la web su manual de periodismo

Del blog Periodismo en las Américas

El manual, que rige a todos los periodistas de Reuters no había estado disponible en forma gratuita al público hasta ahora, pero la compañía británica decidió ofrecerlo como un servicio y de paso ser más transparentes con la audiencia. En la era del periodismo ciudadano, el manual es "un buen punto de partida para los que están emergiendo como reporteros", dice Dean Wright, editor mundial de Innovación y Estándares de Noticias de la agencia.

El manual, en inglés, contiene secciones sobre normas y valores, incluidos los 10 absolutos del periodismo Reuters; una guía de estilo general y otra sobre deportes; un instructivo sobre las operaciones de la agencia, y una sección de orientación especializada, que aborda temas como la atribución de fuentes, los peligros legales, el uso de internet en los reportajes y cómo lidiar con amenazas y quejas.

lunes, 6 de julio de 2009

Los voceros voceras de la Academia del Insulto

Por Luis Carlos Díaz Salgado, sociolingüista.





Menuda la ha liado la ministra de Igualdad con su ocurrencia de llamar miembras a las miembras de no sé qué institución. Dicen los que dicen que saben de esto —nuestros queridos puristas y académicos de pro—, que a la miembra del gobierno se le ha notado la vena feminista en demasía, y que nadie puede hacer con la lengua su santa voluntad; que hasta ahí podríamos llegar; que para eso ya están ellos, los salvaguardas del idioma correcto y de la pureza lingüística tradicional.

El caso es que, aprovechando que la ministra ha pedido a la Real Academia que admita el nuevo palabro en su diccionario (ándese con ojo, ministra, que no sabe usted bien con quién se las gasta en estos asuntos), han sido varios los escritores y académicos de la lengua en acudir a los periódicos para negar la corrección del término miembra, al que, como poco, han calificado de «aberración» y «burrada». Así, y según recoge el diario El País, para Fernando Savater, Juan Manuel de Prada y Javier Marías, decir miembra es una «estupidez», una «sandez» y una «muestra de feminismo salvaje». Magnífica lección gramatical, sí señor; y elegante, sobre todo elegante.

Bastaría con haberle contestado a la ministra que la misión de la Academia no es establecer qué palabras pueden o no pueden entrar en el diccionario, sino que su labor consiste en recoger las que realmente se emplean: con esta declaración tan simple habría sido suficiente, y todo ello sin ni siquiera entrar en disquisiciones morfológicas, que esa es otra. Pero no, había que dejar claro con algún que otro improperio —dedicados sobre todo a las odiosas feministas y a las ministras incautas— que nadie puede cambiar la lengua a su antojo, y mucho menos sin contar antes con la aquiescencia de la Academia y la de sus oráculos de la corrección. Y aquí es justo donde se equivocan estos críticos; y lo hacen tanto en el fondo como en las formas.

Porque, guste o no, cualquiera, incluidos los ministros, puede usar las palabras que le resulten más adecuadas, incluso aunque estas voces sean un puro invento, como es el caso; de la misma forma que también cualquiera es libre de rechazar las que le parezcan absurdas o agramaticales. Vaya, que si yo estoy empleando la voz miembra en este artículo es porque no le veo nada malo a la palabra —salvo su novedad—, pero no por ello fuerzo a nadie a seguir mi ejemplo. Comprendo, además, que habrá quien se ría o se sonría (siempre lo nuevo resulta extraño e incluso chocante), pero de ahí a caer en la grosería, la ordinariez y la descalificación personal, como han hecho algunos académicos, escritores y periodistas, va todo un mundo.

Especialmente grosero con la ministra se ha mostrado el hasta hace poco vicedirector de la Real Academia Española, Gregorio Salvador, en su tiempo dialectólogo y hoy en día portavoz ideológico de la RAE. Siempre presto a la gresca lingüística, y haciendo gala de su habitual estilo guerrillero, Salvador también ha tachado de «estupidez» el uso de la voz miembra, a la par que ha llamado «estúpidos e ignorantes» a quienes osan emplear esta palabra. Para rematar tan moderada intervención ante la prensa, Gregorio Salvador ha recomendado a Bibiana Aído que «escriba a la RAE si quiere que el término se incluya en el diccionario»; que escriba y que luego espere bien sentadita, claro está, porque como ha enfatizado el propio Salvador, «siempre tenemos locos que escriben a la Academia pidiendo cosas peregrinas». En otras palabras, que la Real Academia Española admitirá a las miembras cuando las ranas críen pelo.

Lo curioso de esta historia es que no sería nada raro que los batracios acabaran luciendo melena (algo bastante común en asuntos lingüísticos), y bien podría ocurrir que Gregorio Salvador y compañía tuvieran que envainarse sus comentarios, tal y como hicieron los que en su día despotricaron contra médicas, arquitectas, juezas, presidentas, fiscalas, concejalas, modistos y azafatos; por poner sólo algunos ejemplos de voces inusuales en su momento, pero ya admitidas —aunque de muy mala gana— por la RAE, que comprueba con indisimulado enfado cómo la gente las emplea con normalidad, a pesar de que ella misma las condenara en un principio.

Así parece reconocerlo el segundo Salvador de nuestra historia, el también lingüista y académico Salvador Gutiérrez, quien —admitiendo el matiz feminista del término miembra, pero recordando el abecé de la profesión lingüística— ha afirmado que «la última palabra la tiene siempre el pueblo», y que si alguien introduce un cambio y el cambio es admitido por el pueblo, pues sanseacabó. Bien dicho: así es como dirime este tipo de disputas un verdadero estudioso de la lengua; y este es el mensaje de sensatez y mesura que divulga un auténtico lingüista para fomentar el respeto mutuo entre todos los hablantes. De ahí que sea tan necesario que el concepto de corrección lingüística no quede en manos de puristas gruñones, periodistas malhablados y escritores oportunistas.

Quizás les parezca curioso que dos lingüistas como Salvador Gutiérrez y Gregorio Salvador puedan abrigar ideas y actitudes tan diferentes sobre el mismo tema, especialmente si tenemos en cuenta que ambos son, además, miembros de la Real Academia Española. Pero todo se torna diáfano si recordamos que Salvador Gutiérrez es un científico de prestigio que lleva sólo unos meses en la institución; al contrario que Gregorio Salvador, que es uno de los miembros más veteranos de la RAE. Se hace evidente que el virus academicista todavía no ha tenido tiempo de dañar el intelecto de Salvador Gutiérrez, mientras que el sistema neuronal de Gregorio Salvador está ya irremediablemente perdido, y de ahí que pierda su objetividad científica con la misma asiduidad con la que pierde la educación y los modales.

Porque, no satisfecho con tachar de ignorantes, locos, tontos y estúpidos a quienes tengan la osadía de usar su lengua como mejor les venga en gana, (por cierto, ministra, infórmese un poquito mejor antes de meterse en estos berenjenales), el vocero más voceras de la RAE ha llegado incluso a recriminar la labor gubernamental de Bibiana Aído, a quien ha pedido que «se deje de bromas y se ocupe de resolver problemas de desigualdad preocupantes que hay en España, como las dificultades que tienen los padres en algunas comunidades para que sus hijos estudien castellano». Y chúpate esa, ministra; que nada hay mejor para cosechar aplausos en el ruedo ibérico que mezclar churras feministas con merinas catalanistas.

Sin embargo, y ya puestos a exigir responsabilidades, la ministra de Igualdad debería hacer eso mismo con la RAE, un organismo pagado con el dinero de todos cuyas señas de identidad son el conservadurismo, el machismo y la endogamia (y ahora también la chulería y el mal gusto, por lo que hemos podido leer en la prensa). Quizás ha llegado ya el momento de que el Estado tome medidas para evitar que en la institución estatal encargada de recoger los usos más habituales de nuestra lengua, científicos del lenguaje de la talla de Salvador Gutiérrez tengan que compartir asiento con escritores pepesabidillos metidos a gramáticos, filólogos trasnochados con delirios ultras y algún que otro amiguete despistado y suertudo que pasaba por allí. Alguna excepción hay entre tanta medianía lingüística, caso de Salvador Gutiérrez, Manuel Seco, Ignacio Bosque o Francisco Rico; pero eso es lo irónicamente grave, que los lingüistas sean las excepciones en una academia de la lengua.

Por lo tanto —y en vez de pedirle a la RAE que incluya tal o cual palabro en el diccionario—, lo primerito que debería hacer la ministra de Igualdad es exigirles a los académicos que expliquen y aclaren cuáles son los méritos necesarios para convertirse en tales. Quién sabe, quizás así los estúpidos, los locos y los ignorantes que creemos que otro mundo y otra Academia son posibles llegaríamos a entender que en una institución lingüística compuesta por 46 miembros sólo haya tres mujeres, tres solitarias miembras que además ni siquiera son lingüistas. Y esto último es lo que hace que la bancada académica resulte definitivamente grotesca.

Resumiendo, que el Estado financie corporaciones patriarcales y endogámicas como nuestra Real Academia del Insulto es tanto o más bochornoso y denunciable que el que a una ministra bisoña le dé por decir miembra, cancillera o ujiera. Esto último puede provocar la risa floja durante algunos días, pero lo primero causa una vergüenza tan permanente y un sonrojo tan duradero que uno se pregunta cuándo tendremos un gobierno con la sensatez necesaria para modificar de una vez los Estatutos de la Real Academia Española. Porque ya va siendo hora de que en la principal institución normativa de nuestra lengua estén sentados los verdaderos estudiosos del idioma —sean hombres o mujeres—, y no cualquier sobrino de su tío elegido por el igualitario método del dedazo: y esta sí que es una tarea digna de un ministerio de Igualdad. Ya les digo, ojalá ese gobierno llegue algún día y ojalá sepa devolverle a la Academia de la Lengua el cariz científico que nunca ha tenido. Los lingüistas lo celebraríamos; y las lingüistas imagino que todavía más.


Sevilla, 12 de junio del 2008

viernes, 3 de julio de 2009

El diccionario de dudas de la Academia

José Antonio Millán (Página personal de José Antonio Millán)


Con la edición de este diccionario, la Academia (junto con las demás academias de la lengua española) ha tratado de cortar de un solo tajo el nudo gordiano en el que se entrelazaban muy distintos tipos de inseguridades lingüísticas de los hispanohablantes.
En primer lugar están los variados problemas que tratan los “diccionarios de uso” y los libros de estilo de medios de comunicación. Por ejemplo: acentuación (¿gurú o guru?), formación de plural (¿caracteres o carácteres?), género (¿el o la duermevela?, ¿existe cancillera?), proximidad de forma (infringir/infligir), complementos pronominales (¿su padre la pegaba o le pegaba?), verbos irregulares (¿cimentar o cimientar?), construcción preposicional de verbos o sustantivos (gusto por, para, de), etc. También están las dudas sobre ciertos nombres de lugar: ¿Fiyi, Fiji o Fidji?, y ¿cómo se llaman sus habitantes?
Lo novedoso de esta obra es que para abordar un notable conjunto de cuestiones se ha tenido en cuenta sistemáticamente el español de América Latina. En pronunciación: guión se reconoce monosílabo en México y Centroamérica y bisílabo en el resto; léxico: la w se llama uve doble, doble ve o doble u, según los lugares; o régimen preposicional: informar de que en España e informar que en casi toda América. Aparecen normalizados temas centrales como el seseo —que con su predominio americano y peninsular meridional resulta mayoritario en el español— o el voseo. Así, la pronunciación de íncipit figura como [ínsipit, ínzipit] (¡primero la forma con seseo!), y la conjugación de ser comienza: “soy / eres (sos)”. Esta última medida es revolucionaria incluso para América, en cuyo sistema educativo y lengua escrita el voseo sólo ha tenido una entrada muy reciente.
El aspecto negativo de esta actitud abierta es que, paradójicamente, el presunto carácter normativo de la obra se resiente. Como ha explicado muy bien José Martínez de Sousa, las obras estrictamente normativas de la Academia son su Diccionario, la Ortografía y la Gramática, con las que el DPD (en la sigla que ya se ha consagrado) entra a veces en conflicto [1]. Y sobre todo: este diccionario con mucha frecuencia no toma partido por una forma (no es normativo, en sentido estricto), sino que más bien es descriptivo, levantando acta de diversos usos, sin decantarse por ninguno (véase más abajo el ejemplo de jersey).

Extranjerismos
Una cuestión siempre abierta son los extranjerismos. Cuando en 1927 la Academia creó, paralelamente al diccionario habitual, un Diccionario manual, incluyó en él muchas nuevas palabras, comunes y técnicas, de las que no podía presumirse si llegarían a “arraigar en el idioma". El Diccionario manual se discontinuó, como se dice en América, y numerosas voces extranjeras a medio digerir se vieron introducidas en la vigésima segunda edición del diccionario académico. No era ése su sitio, como se señaló en su momento, y por fortuna la aparición de este nuevo diccionario permite traerlas a él.
La obra registra los extranjerismos arraigados, con su pronunciación (blues), aunque no siempre (hardware). Por lo general se intentan pasar a la grafía española: yóquey para jockey, flas para flash y zum para zoom. El problema es que esta solución tiene consecuencias disgregadoras:
quien pronuncie [jerséi] escriba jersey, quien pronuncie [yérsey] escriba yérsey y quien pronuncie [yérsi] escriba yersi
Cuando hay alternativas a lo que se llaman "extranjerismos crudos", se proponen (patrocinador en vez de espónsor). Si las mejores opciones pertenecen al español de América, se recomienda su uso también en España (aerobismo para footing o jogging). Se busca siempre un consenso dentro de la norma culta hispánica (de ahí la labor conjunta de todas las academias), a sabiendas de que en muchos casos ésta está aún haciéndose. Ante cualquier uso se aporta primero un abanico de variantes, y éstas se ilustran con citas de fuentes de los países hispanohablantes, incluidos los EEUU (la inclusión de citas no se hacía desde el primer diccionario académico, el de Autoridades, en el siglo XVIII, pero es rasgo constante de los buenos diccionarios modernos, como el Diccionario del español actual). Tras la discusión razonada de las distintas opciones aparecen fórmulas como “se desaconseja”, “deben evitarse”, o bien “debe preferirse”, “se recomienda”, que recuerdan que estamos ante un terreno en constante movimiento... Esta encomiable cautela privará, por fortuna, de argumentos a los talibanes de la lengua, siempre dispuestos a ser más papistas que el Papa [2].
Las reglas de acentuación, división de palabras, etc., que estaban en la Ortografía de la lengua española de 1999, se han incorporado asimismo al DPD, con algunas modificaciones con respecto a dicha obra. También figuran en él aspectos ortotipográficos (como la colocación de los signos de puntuación cuando hay comillas, o cómo citar las fechas abreviadamente, etc.), que se exponen de forma taxativa, a pesar de ser materia opinable, y en la que existen distintas escuelas.
El diccionario da acceso alfabético a las palabras dudosas, pero también presenta artículos temáticos (LAÍSMO o PUNTOS SUSPENSIVOS: he aquí la lista completa). Estos, ligados a un útil Glosario de términos lingüísticos, constituyen pequeños tratados, que en algunos casos adelantan contenidos de la futura Gramática académica en la que está embarcado Ignacio Bosque. El lenguaje del diccionario es por lo general llano y adecuado a su público (sobre cuál sea éste, véase más adelante), salvo algún tecnicismo no explicado, como “resalte tipográfico” (que se podría definir como el "recurso tipográfico para destacar una porción de texto entre otras, por ejemplo poniéndolo de cursiva si el resto va en redonda, etc.").

“Manda un cibermensaje a mi ciberpágina para montar una cibercharla”
Una útil tarea que está empezando a cumplir el Panhispánico es buscar consenso para el vocabulario técnico usual, como el relacionado con Internet, que hasta ahora tenía un tratamiento irregular [3]. Así, frente a click se reconoce el uso de clicar, cliquear y hacer clic; en vez del link se propone enlace o vínculo (aunque se olvida el mexicano liga); dominio, bajar (un archivo) o las abreviaturas PC y Mb aún no constan, pero sí blog, back-up, emoticono o DVD...
No parece muy afortunado, sin embargo, el intento de resolver de un plumazo las dificultades que plantean las palabras más famosas de Internet usando el prefijo ciber- (que, si bien fue muy productivo al final de los años noventa, hoy está prácticamente reducido al cibercafé). Así, para email (que ni siquiera está recogido, sino en la forma e-mail) se propone el frecuente correo electrónico, pero también un inexistente cibercorreo; para chat, cibercharla o ciberplática; para (página) web, el americano página electrónica o ciberpágina.
En la Web aparece más de 16 millones de veces página(s) web y 400.000 veces página(s) electrónica(s) frente a menos de mil ciberpágina(s), según Google (para actualizar estos datos haga clic aquí: [4]). Si en otras entradas se dice “esta es la grafía asentada en español y, por tanto, la más recomendable”, en este tema sin embargo da la impresión de que el redactor corporativo no se ha resistido a la tentación de intentar dejar su huella en un vocabulario tan utilizado...

Un diccionario ¿para quién?
¿A qué tipo de usuario está dirigido este diccionario? No se trata claramente de una obra "para todo el mundo", por ejemplo: los estudiantes y las personas de escasa cultura lingüística tendrán dificultad para manejarla, precisamente por lo que tiene de abierta y abarcadora. No es siempre un recetario, ni aporta soluciones. Cuando lo hace, no siempre se deberían seguir, so pena de producir un español que jamás escribió (ni a veces habló) nadie: exige, por tanto, un cierto discernimiento.
Su público más claro son los profesionales de la lengua (correctores, escritores, profesores, traductores, etc.), aunque dada la gran difusión que ha tenido la obra, muchos otros se acercarán a ella.
El adjetivo panhispánico en el título resulta altisonante y con resonancias de predominio político o lingüístico poco gratas [5]. Habría sido mejor simplemente Diccionario hispánico de dudas, pues ¿no es hispánico lo “perteneciente o relativo a la lengua y la cultura españolas”? La estructura interna (remisiones, etc.) y la edición son impecables, y sólo hay que lamentar que la nómina de autores y obras de donde provienen las citas, esté absurdamente a cuerpo mayor que el del diccionario (siendo una información secundaria), y ocupe más de sesenta de sus páginas: ¡para casos así están las webs complementarias de los libros (donde además es más fácil buscar obras o autores)! De hecho, en la web de la Academia ya está dicha nómina...
Más culpable es la omisión de las numerosas fuentes que el diccionario ha debido de utilizar, desde el Diccionario de dudas de Seco hasta las muy numerosas obras de consulta de José Martínez de Sousa, pasando por obras latinoamericanas equivalentes y libros de estilo de prensa y agencias. Ninguna obra científica nace de la nada, y menos este diccionario, con sus más de ochocientas páginas de comentario a cuestiones que, muchas veces, llevan décadas debatiéndose, incluidas algunas sobre las que la Academia nunca ha sido especialista, como la ortotipografía. Por supuesto, no sirve aquí como disculpa el repetido expolio sin mención que ha sufrido el Diccionario académico a lo largo de los años: semejantes prácticas ya son, por fortuna, infrecuentes, y hoy quienes menos deberían hacerlas son precisamente las Academias.

La Academia y la Web
El DPD está íntegro en el sitio web de la Real Academia. Por cierto: el sitio como tal merece algunas mejoras; entre otras cuestiones: mantiene siempre la URL o dirección de la portada, lo que a alguien poco versado le puede impedir enlazar directamente a las páginas donde se encuentran los distintos materiales que contiene. Para acceder a la lista de artículos temáticos del DPD, por ejemplo, alguien sin mucho dominio del medio tendría que dar las siguientes instrucciones:
Vaya a http://www.rae.es/, haga clic en la columna de la izquierda, en 'Diccionario panhispánico de dudas'; en la página que aparezca, debajo de la caja de búsquedas, haga clic en la columna de la derecha en 'Articulos temáticos'
Naturalmente, se puede hacer trampa (mirando en la propiedades de la página con el botón derecho), como yo he hecho para remitir a la lista completa, pero ¿por qué no facilitar las cosas?
La Academia ha dado grandes pasos adelante poniendo en la Web a disposición del público hispanohablante sus materiales (lo que es de estricta justicia en una institución sin ánimo de lucro, que recibe tantos apoyos públicos —por no hablar de los privados— y que se propone difundir instrumentos para mayor bien de nuestra lengua). Sin embargo, le faltan pasos por dar. Por ejemplo: hoy en día es posible hacer directamente búsquedas en el Diccionario panhispánico y en el Diccionario de la RAE, pero ¿por qué no tener además un lemario de ambos en en línea? (un lemario es la lista de las palabras o temas que tiene el diccionario). En la consulta del DPD, por ejemplo, se lee la siguiente nota:
Para obtener resultados, la palabra o tema buscados deben coincidir con el lema de alguno de los artículos contenidos en el diccionario, por lo que se recomienda seguir al máximo las orientaciones para la búsqueda.
¿No sería más sencillo tener en línea el lemario que fuera enlazando a cada una de las palabras? Por ejemplo:
a
ab initio
ab intestato
ab ovo

y así sucesivamente, hasta

zum
Y lo mismo para el DRAE...
a
aba
ababol

y así sucesivamente, hasta

zuzo
Supongo que no pasará mucho tiempo sin que algún grupo de esforzados voluntarios amantes de su lengua, de los muchos que pueblan la Web, preste al público hispanohablante el buen servicio de preparar estos lemarios enlazados.

NOTAS
[1] Sobre la normatividad, y otras muchas cosas: José Martínez de Sousa, El diccionario panhispánico de dudas, ¿cumple con su deber?
[2] Se oyen con frecuencia cosas del estilo de "está prohibido decir del 2006", cuando a) en la lengua no hay nada "prohibido", y b) lo que la Academia ha hecho —a mi juicio, y el de otros, indebidamente— es recomendar no poner artículo ante los años 2000 y posteriores, dejando claro que "Esta recomendación no implica que se considere incorrecto, en estos casos, el uso del artículo: 4 de marzo DEL 2000". Véase la entrada fecha, apartado 4c.
[3] Véase mi artículo: Los términos informáticos en el Diccionario de la Academia
[4] Se puede ver la comparación exclusivamente de página web con ciberpágina a fecha de hoy, aunque los histogramas que proporciona ese sitio web tienen mala proporcionalidad.
[5] Sobre el panhispanismo: Sombras del «panhispanismo», en Addenda & Corrigenda, 8 de mayo del 2006.

La RAE continúa tan prescriptivista como en 1713

Por Ricardo Soca, periodista y editor de La página del idioma español

Nunca dejará de llamarme la atención la alegre desenvoltura con que la Academia Española se permite inventar palabras o grafías que no existen en la lengua, pese a las afirmaciones de sus miembros en el sentido de que "los únicos dueños de la lengua son los hablantes".

Son bien conocidos en ese sentido los casos de "güisqui" y "cederrón", vocablos nacidos en los mullidos sillones de la RAE, pero hojeando el Diccionario encontraremos muchos otros casos de imposición despiadada del diktat académico sobre las preferencias de los hablantes. Un buen ejemplo es el de la designación de los verbos pronominales, tachada como "antigua" por la Docta Casa, que ahora recomienda llamarlos verbos pronominados. O el de los verbos intransitivos, que ahora deben llamarse "verbos neutros".

Una sencilla búsqueda en Google permite comprobar que la preferencia de los hablantes constituye es un parámetro de poca importancia para los académicos. En efecto, si buscamos la forma "anticuada" verbo pronominal (la búsqueda debe hacerse entrecomillando las palabras) encontraremos 76.000 casos, mientras que para la forma verbo pronominado, consagrada como "correcta" por la Academia, el buscador muestra apenas 39 casos, una diferencia de 1.948 a uno. Análogamente, Google muestra 1.290 casos de la forma verbo neutro, recomendada por la RAE, contra casi 25.000 de la antigualla verbo intransitivo, que todos usamos.

En cuanto a las ya citadas güisqui y cederrón, veamos: el nombre de la bebida aparece escrito en su forma inglesa en casi un millón de sitios en castellano, mientras que apenas 5.970 prefirieron la forma "castiza" güisqui, nacida de la creatividad de la RAE, al mismo tiempo que el obsoleto y anglicado CD-ROM figura en el buscador con casi dos millones de casos, contra sólo 15.500 del primoroso y casi desconocido cederrón (Obviamente, todas las búsquedas se hicieron en modo avanzado, seleccionando exclusivamente textos en castellano).

A pesar de que muchas lenguas cuentan con sus academias para analizar los usos y definir las normas que de él se derivan, el castellano debe ser la única cuyos hablantes son tratados como niños de corta edad a quienes la autoridad lingüística debe enseñar la forma "correcta" de hablar y de escribir, inventando, cuando lo juzgare pertinente, palabras "más correctas" que las que el uso estableció.